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Respuesta: Cuentos Zen
Gracioso el cuento de la ventana. Enhorabuena.
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Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país.
Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento. Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable. |
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Un padre tenía dos hijas. Una casó con un hortelano y la otra con un fabricante de ladrillos.
Al cabo de un tiempo fue a visitar a la casada con el hortelano, y le preguntó sobre su situación. Ella dijo: - Todo está de maravilla conmigo .. - ¡pero sí tengo un deseo especial! - que llueva todos los días con abundancia para que así las plantas tengan siempre suficiente agua. Pocos días después visitó a su otra hija, también preguntándole sobre su estado. Y ella le dijo: - No tengo quejas, solamente un deseo especial. - ¡que los días se mantengan secos, sin lluvia, con sol brillante! - Así los ladrillos sequen y endurezcan muy bien. El padre meditó: - si una desea lluvia, y la otra tiempo seco .. - ¿a cual de las dos le adjunto mis deseos? |
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En el siglo X, el eminente monje Fa-Yan dirigía un templo budista que se alzaba cerca de una ciudad del sur de China. En ese mismo templo vivía el honesto monje llamado Tai-Quin, que era despreciado por ser un poco descuidado.
Una vez, después de las oraciones diarias, Fa-Yan preguntó a sus hermanos de monasterio: - Si un tigre aparece con una campanilla atada al cuello, ¿quién podrá desatarla? Todos se quedaron perplejos, pues desatar la campanilla del cuello del tigre sería una temeridad. El tigre es una animal muy temido en aquellas latitudes. Es imposible que una persona pueda acercarse a su cuello para quitarle un cascabel. Por este motivo, aunque pensaban y pensaban, nadie se atrevía a dar una respuesta válida. En ese momento entró el monje Tai-Quin, y el eminente religioso repitió la pregunta. El monje que acababa de entrar respondió con la punta de la lengua: - La campanilla debe ser desatada por quien la hubiera atado. Esta frase se tornó en un proverbio para el pueblo, por eso en China la gente no dice: - Debe resolver el problema quien lo creó, – sino que utiliza el dicho - La campanilla debe ser desatada por quien la ha atado. |
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Cada hombre, según una leyenda antigua, nace en el mundo con dos bolsos suspendidos de su cuello ..
… uno al frente y otro en la espalda. Todo el bolso que lleva al frente está lleno de las faltas y defectos de sus vecinos, y el bolso grande que lleva detrás en la espalda lo lleva lleno de sus propias faltas y defectos. De ahí es que los hombres son rápidos para ver las faltas de otros, pero son a menudo ciegos para ver sus propios defectos. |
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He aquí que un hombre entró en una pollería.
Vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo: - Tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo. - ¿Cuánto pesa éste? El pollero repuso: - Dos kilos, señor. El cliente meció ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo: - Éste no me vale entonces. - Sin duda, necesito uno más grande. Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, empero, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente: - No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor. Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido apareció con el mismo pollo entre las manos, y dijo: - Éste es mayor, señor. - Espero que sea de su agrado. - ¿Cuánto pesa éste? – preguntó el cliente. - Tres kilos – contestó el pollero sin dudarlo un instante. Y entonces el cliente dijo: - Bueno, me quedo con los dos. |
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or un lado era un respetado maestro, capaz de hablar con un fenomenal cordura, claridad y precisión, llegando, como nadie, al mismo núcleo de las cosas.
Pero, de vez en cuando, ante la sorpresa de todos, se ponía a hacer desconcertantes extravagancias: reír sin motivo aparente, se quedaba herméticamente silencioso, se levantaba y dejaba plantados a los asistentes a du charla, se reía a carcajadas, se burlaba de alguno de los presentes, o aparecía medio desnudo y tantas otras extravagancias que despertaban la perplejidad y hasta la irritación de los más cercanos discípulos, porque ellos sí sabían bien que se trataba de un gran ser espiritual. Les molestaba que algunos pudieran pensar que era un estúpido o un insensato. Por ello un día fueron a reunirse con el maestro y le expusieron su parecer. El maestro sonrió sosegadamente y les dijo: - Lleváis conmigo mucho tiempo, ¿no es así? - Así es, querido maestro. - Y no comprendeís nada, absolutamente nada. - ¡Qué lástima! - Sois como el estudiante que al tener una esfera entre sus manos sólo ve la mitad de la misma y le quedaba oculta la otra mitad. Igualmente vosotros sólo veis un lado de mi realidad. - No lo entendemos – dijeron quejosos los discípulos. - Me muestro como un insensato o un extravagante cuando quiero causar intencionadamente esa impresión en algunos para que me dejan en paz. - Son gente insustancial y superficial y con este pequeño truco les espanto. - Los que son más profundos, los buscadores, no se dejan desorientar por mis extravagancias, porque saben ver el fruto detrás de la cáscara. Todos se sintieron avergonzados. Desde aquel día, empero, estuvieron encantados con las extravagancias del maestro, ya que mediante ellas apartaba a los falsos buscadores. Maestro: a menudo el ser humano, por falta de visión penetrativa, se estrella contra las apariencias de los fenómenos. |
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Por un lado era un respetado maestro, capaz de hablar con un fenomenal cordura, claridad y precisión, llegando, como nadie, al mismo núcleo de las cosas.
Pero, de vez en cuando, ante la sorpresa de todos, se ponía a hacer desconcertantes extravagancias: reír sin motivo aparente, se quedaba herméticamente silencioso, se levantaba y dejaba plantados a los asistentes a du charla, se reía a carcajadas, se burlaba de alguno de los presentes, o aparecía medio desnudo y tantas otras extravagancias que despertaban la perplejidad y hasta la irritación de los más cercanos discípulos, porque ellos sí sabían bien que se trataba de un gran ser espiritual. Les molestaba que algunos pudieran pensar que era un estúpido o un insensato. Por ello un día fueron a reunirse con el maestro y le expusieron su parecer. El maestro sonrió sosegadamente y les dijo: - Lleváis conmigo mucho tiempo, ¿no es así? - Así es, querido maestro. - Y no comprendeís nada, absolutamente nada. - ¡Qué lástima! - Sois como el estudiante que al tener una esfera entre sus manos sólo ve la mitad de la misma y le quedaba oculta la otra mitad. Igualmente vosotros sólo veis un lado de mi realidad. - No lo entendemos – dijeron quejosos los discípulos. - Me muestro como un insensato o un extravagante cuando quiero causar intencionadamente esa impresión en algunos para que me dejan en paz. - Son gente insustancial y superficial y con este pequeño truco les espanto. - Los que son más profundos, los buscadores, no se dejan desorientar por mis extravagancias, porque saben ver el fruto detrás de la cáscara. Todos se sintieron avergonzados. Desde aquel día, empero, estuvieron encantados con las extravagancias del maestro, ya que mediante ellas apartaba a los falsos buscadores. |
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- Maestro, ¿dónde está Dios?
- Aquí mismo. - ¿Dónde está el paraíso? - Aquí mismo. - ¿Y el infierno? - Aquí mismo. Todo está aquí mismo. El presente, el pasado, el futuro, están aquí mismo. Aquí está la vida y aquí está la muerte. Es aquí donde los contrarios se confunden. - ¿Y yo dónde estoy? - Tú eres el único que no está aquí. |
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Contaba la leyenda que existía un país llamado Facilitonia donde todo era extremadamente fácil y sencillo. Roberto y Laura, una pareja de aventureros, dedicó mucho tiempo a investigar sobre aquel lugar, y cuando creyeron saber dónde estaba fueron en su busca. Vivieron mil aventuras y pasaron cientos de peligros; contemplaron lugares preciosos y conocieron animales nunca vistos. Y finalmente, encontraron Facilitonia.
Todo estaba en calma, como si allí se hubiera parado el tiempo. Les recibió quien parecía ser el único habitante de aquel lugar, un anciano hombrecillo de ojos tristes. - Soy el desgraciado Puk, el condenado guardián de los durmientes - dijo con un lamento. Y ante la mirada extrañada de los viajeros, comenzó a contar su historia. El anciano explicó cómo los facilitones, en su búsqueda por encontrar la más fácil de las vidas, una vida sin preocupaciones ni dificultades, habían construido una gran cámara, en la que todos dormían plácidamente y tenían todo lo que podían necesitar. Sólo el azar había condenado a Puk a una vida más dura y difícil, con la misión de cuidar del agradable sueño del resto de facilitones, mantener los aparatos y retirar a aquellos que fueran muriendo por la edad. Todo aquello ocurrió muchos años atrás, y los pocos facilitones que quedaban, aquellos que como Puk eran muy jóvenes cuando iniciaron el sueño, eran ya bastante ancianos. Los viajeros no podían creer lo que veían. - ¿En serio sientes envidia del resto? - ¡Pues claro!- respondió Puk- Mira qué vida tan sencilla y cómoda llevan. Yo, en cambio, tengo que buscar comida, sufrir calor y frío, reparar las averias, preocuparme por los durmientes y mil cosas más... ¡esto no es vida! Los aventureros insistieron mucho en poder hablar con alguno de ellos, y con la excusa de que les hablara de su maravillosa existencia, convencieron a Puk para que despertara a uno de los durmientes. El viejo protestó pero se dejó convencer, pues en el fondo él también quería escuchar lo felices que eran los facilitones. Así, despertaron a un anciano. Pero cuando hablaron con él, resultó que sólo era un anciano en apariencia, pues hablaba y pensaba como un niño. No sabía prácticamente nada, y sólo contaba lo bonitos que habían sido sus sueños. Puk se sintió horrorizado, y despertó al resto de durmientes, sólo para comprobar que a todos les había ocurrido lo mismo. Habían hecho tan pocas cosas en su vida, habían superado tan pocas dificultades, que apenas sabían hacer nada, y al verlos se dudaba de que hubieran llegado a estar vivos alguna vez. Ninguno quiso volver a su plácido sueño, y el bueno de Puk, con gran paciencia, comenzó a enseñar a aquel grupo de viejos todas las cosas que se habían perdido. Y se alegró enormemente de su suerte en el sorteo, de cada noche que protestó por sus tareas, de cada problema y dificultad que había superado, y de cada vez que no entendió algo y tuvo que probar cien veces hasta aprenderlo. En resumen, de haber sido el único de todo su pueblo que había llegado a vivir de verdad. |
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Una de las preguntas que intriga a todo el mundo y todas las civilizaciones es de cuándo y cómo llegará el fin del mundo. Este cuento sufí nos señala la relatividad de las cosas.
Alquien preguntó a un maestro sufí: - Sheik, ¿Cuándo llegará el fin del mundo? - ¿Cuál fin del mundo? – contestó - ¿Qué quieres decir? ¿Cuántos fines del mundo habrá? - Dos -dijo el maestro- : el primero será cuando muera mi esposa. El segundo será cuando yo muera. |
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En cierta ocasión, un chico muy joven acudió a un Templo y le pidió a un anciano que le enseñase la
sabiduría.Después de hablar con él un rato, el anciano decidió ponerlo a prueba antes de aceptarlo como discípulo. Señaló en dirección a un árbol que había frente al Templo y dijo: - Jovencito, tú quieres aprender, pero yo he de ausentarme del Templo durante un año. ¿Podrías tallar ese árbol y hacerme una estatua mientras estoy fuera? - Naturalmente, Maestro – contestó el chico. El Maestro le entregó un cuchillo pequeño y le pidió que se pusiera a trabajar y que fuese amable con los otros discípulos. Luego partió. Como el joven quería aprender de este famoso Maestro, fue muy paciente y lo hizo todo perfecta y cuidadosamente. Le llevó el año entero terminar una talla de dos metros y medio. Cuando regresó el Maestro, el joven estaba orgulloso y contento de haber realizado algo que sin duda le haría ganar la confianza del Maestro. Para su sorpresa, éste miró la talla, meneó la cabeza y dijo: - Esta estatua no tiene el tamaño que yo había pensado en principio. ¿Podrías hacerla más pequeña? He de volver a ausentarme del Templo para predicar y no volveré hasta dentro de otro año. El chico, decepcionado, dio muestras de cierto malestar. Sin embargo, como quería aprender de este gran Maestro, accedió, tras lo cual se marchó al sacerdote. Aunque sintiéndose molesto en su interior, el joven intentó reducir el tamaño de la talla. Durante los tres primeros meses de trabajo no cesó el malestar en su mente, y notaba que había perdido el afán de perfección. Durante los otros tres meses sólo logró más sentimientos de malestar y la estatua no le salía bien. Entonces se dio cuenta de algo y pensó: - Lo que realmente quiero es aprender, y ya que el único modo de aprenderlo es realizando este trabajo, más vale que lo haga lo mejor que pueda y además disfrute haciéndolo. A partir de ese momento empezó a recobrar su paciencia y su entusiasmo. Después de otros tres meses ya podríamos decir que disfrutaba casi cada minuto pasado esculpiendo aquella obra artística. Al terminar el año había hecho una hermosa estatua de tan sólo noventa centímetros. Y lo más importante, había aprendido a enfrentarse a sí mismo. Poco después de terminar su trabajo regresó el Maestro al Templo. Vio el trabajo y dio muestras de contento, pero dijo: - Aunque está bien hecho el trabajo, es todavía más grande de lo que había esperado, ¿podrías intentar de nuevo reducir su tamaño? Para sorpresa del Maestro, el joven respondió afirmativamente con voz contenta. El rostro del muchacho reflejaba su paciencia y el placer con que se enfrentaba a su tarea. Y el Maestro se ausentó de nuevo. Por tercera vez se puso el joven a tallar, pero esta vez pensó como hacer que la estatua no sólo fuese hermosa, sino que pareciese tener vida. A ello dedicó toda su atención y esfuerzo. Había aprendido a disfrutar con lo que estaba haciendo, y el año no se le hizo largo. Cuando el Maestro regresó de su viaje, el joven le entregó la estatuilla de unos ocho centímetros: la mejor escultura en madera que uno pueda imaginar. El joven había pasado la prueba de fuerza de voluntad, paciencia, perseverancia y lo más importante de todo, la de actitud frente al aprendizaje. No cabía duda de que sus estudios serían un éxito, porque había aprendido a vencer al más duro y fuerte de los enemigos: él mismo. |
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Caminando por la selva se topa con un león dormido.
Poniéndose de rodillas ante él, murmura: - Por favor, no me comas. La bestia sigue roncando. Esta vez grita: - ¡Por favor, no me comaaas! El animal no se da por enterado. Temblando, abre las mandíbulas y acerca su cara a los colmillos para volver a gritar el ruego. Inútil. La fiera no despierta. Histérico, comienza a darle patadas en el trasero: - ¡No me comas! ¡No me comas! ¡No me comas!. El león despierta, salta sobre él y, furioso, comienza a devorarlo. El hombre se queja: - ¡Qué mala suerte tengo!. |
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Esta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente: - ¡Libertad, libertad, libertad! No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: - !Libertad, libertad! Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: - !Libertad, libertad! Al invitado se le partía el corazón. ¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: - !Libertad, libertad! Maestro: Como este loro, son muchos los seres humanos que dicen querer madurar y hallar la libertad interior, pero que se han acostumbrado a su jaula interna y no quieren abandonarla. |
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Un leñador estaba en el bosque talando árboles para aprovechar su madera, aunque ésta no era de óptima calidad.
Entonces vino hacia él un anacoreta y le dijo: - Buen hombre, sigue hacia dentro. Al día siguiente, cuando el sol comenzaba a despejar la bruma matutina, el leñador se disponía para emprender la dura labor de la jornada. Recordó el consejo que el día anterior le había dado el anacoreta y decidió penetrar más en el bosque. Descubrió entonces un macizo de árboles espléndidos de madera de sándalo. Esta madera es la más valiosa de todas, destacando por su especial aroma. Transcurrieron algunos días. El leñador volvió a recordar la sugerencia del anacoreta y determinó penetrar aún más en el bosque. Así pudo encontrar una mina de plata. Este fabuloso descubrimiento le hizo muy rico en pocos meses. Pero el que fuera leñador seguía manteniendo muy vivas las palabras del anacoreta: “Sigue hacia dentro”, por lo que un día todavía se introdujo más en el bosque. Fue de este modo como halló ahora una mina de oro y se hizo un hombre excepcionalmente rico. |
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El Mulá Nasrudín fue a ver a un hombre rico.
- Deme algo de dinero. - ¿Por qué habría de hacerlo? - Quiero comprar un elefante. - Sin dinero, mal puedes mantener un elefante. - Yo vine – dijo Nasrudín – en busca de dinero, no de consejo. |
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Yagyu Tajima no Kami tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a los entrenamientos de los discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente imitador, este mono aprendió la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se había convertido en un experto, en su género.
Un día, un Ronin (Guerrero errante) expresó su deseo amistoso de confrontar su habilidad en el manejo de la lanza con Tajima. El Maestro le sugirió que combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado. Pero el encuentro tuvo lugar. Armado con su lanza, el Ronin atacó rápidamente al mono que manejaba un shinai (sable de bambú). El animal evitó ágilmente los golpes de la lanza. Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y golpearlo. El Ronin retrocedió y puso su arma en una guardia defensiva. Aprovechando la ocasión, el mono saltó sobre el mango de la lanza y desarmó al hombre. Cuando el Ronin volvió avergonzado a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación: - Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono. El Ronin dejó de visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses cuando apareció de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El Maestro, adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante. Pero éste insistió y el Maestro acabó por ceder. En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando. Tajima no Kami terminó por concluir: - ¿No se lo dije? No lo iba a vencer... Poco tiempo después, gracias a su recomendación, el Ronin entró al servicio de uno de sus amigos. Conclusión: Con paciencia y perseverancia no siempre conseguimos lo que pretendemos, pero estas virtudes siempre nos recompensan de alguna forma. |
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Hace mucho tiempo, un rey sabio y curioso hizo colocar una gran roca como obstáculo en uno de los caminos de su reino. Se escondió cerca y se sentó a observar. Querría saber como reaccionaba los que pasaban por allí.
- ¿alguien se esforzaría quitar la tremenda piedra? Pasaron muchas personas. Algunos simplemente rodearon la piedra sin darla mucha importancia. Muchos culparon a la autoridad por no mantener los caminos despejados, pero ninguno de ellos hizo nada para sacar la piedra del camino. Al final del día pasaba por allí un vecino del pueblo que había trabajado todo el día y que vivía en un sitio descampado. Estaba exhausto y tenía un fardo de leña sobre sus hombros. Vió la piedra y se detuvo. Luego se aproximó a ella, puso su carga en el piso trabajosamente y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y empujar hasta llegar a fatigarse mucho, con gran esfuerzo, lo logró. Mientras recogía su fardo de leña, vio una pequeña bolsita en el suelo, justamente donde antes había estado la roca. La bolsita contenía monedas de oro y una nota del mismo rey diciendo que el premio era para la persona que removiera la roca como recompensa por su actitud y por despejar el camino. Maestro: los obstáculos y las dificultades que se presentan en la vida muchas veces son una gran oportunidad para aprender y crecer. |
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Iba un hombre caminando por el desierto …
… cuando oyó una voz que le dijo: - Coge del suelo los guijarros que quieras, ponlos en tu bolsillo y mañana te sentirás, a la vez, triste y contento. Aquel hombre obedeció. Se inclinó, recogió un puñado de guijarros y se los metió en el bolsillo. A la mañana siguiente vio que los guijarros se habían convertido en diamantes, rubíes y esmaraldas. Y se sintió feliz y triste. Feliz, por haber cogido guijarros; triste, por no haber cogido más. |
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Se trataba de un hombre que nunca había tenido ocasión de ver el mar.
Vivía en un pueblo del interior de la India. Una idea se había instalado con fijeza en su mente: - No podía morir sin ver el mar. Para ahorrar algún dinero y poder viajar hasta la costa, tomó otro trabajo además del suyo habitual. Ahorraba todo aquello que podía y suspiraba porque llegase el día de poder estar ante el mar. Fueron años difíciles. Por fin, ahorró lo suficiente para hacer el viaje. Tomó un tren que le llevó hasta las cercanías del mar. Se sentía entusiasmado y gozoso. Llegó hasta la playa y observó el maravilloso espectáculo. ¡Qué olas tan mansas! ¡Qué espuma tan hermosa! ¡Qué agua tan bella! Se acercó hasta el agua, cogió una poca con la mano y se la llevó a los labios para degustarla. Entonces, muy desencantado y abatido, pensó: - !Qué pena que pueda saber tan mal con lo hermosa que es! |
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El rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.
El roble dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el pino. El pino estaba triste porque no podía dar uvas como la vid. Y la vid se moría porque no podía florecer como el rosal, que a su vez lloraba porque no era fuerte y sólida como el roble. Entonces encontró un clavel floreciendo y lozano como nunca. El rey le preguntó: - ¿ Cómo es posible que crezcas tan saludablemente en medio de este jardín mustio y umbrío? La flor contestó: - Siempre pensé que, ya que me plantaste, querías claveles. - En aquel momento me dije .. seré el mejor clavel que pueda. - Y aquí me tienes, el más hermoso y bello clavel de tu jardín. |
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Cuento de Gibrán Jalil Gibrán.
Cierto día, dos hombres que se encontraron en la ruta caminaban junto hacia Salamis, la Ciudad de las Columnas. Al mediodía llegaron hasta un ancho río sin puente para cruzarlo. Debían nadar o buscar alguna otra ruta que desconocían. Y se dijeron: “Nademos. Después de todo el río no es tan ancho”. Y se zambulleron y nadaron. Y uno de los hombres, el que siempre supo de ríos y rutas de ríos, de pronto, en el medio de la corriente, comenzó a perderse y a ser arrastrado por las impetuosas aguas; mientras, el otro, que nunca antes había nadado, cruzó el río en línea recta y se detuvo sobre un banco. Entonces, viendo a su compañero luchando aún con la corriente, se arrojó otra vez al agua y lo trajo a salvo hasta la orilla. Y el hombre que había sido arrastrado por la corriente dijo: - ¿No habías dicho que no podías nadar? - ¿Cómo es que cruzaste el río con tanta seguridad? - Amigo -explicó el segundo hombre-, ¿ves este cinturón que me ciñe? Está lleno de monedas de oro que gané para mi esposa y mis hijos, todo un año de trabajo. Es el peso de este cinturón el que me condujo a través del río, hacia mi esposa y mis hijos. Y mi esposa y mis hijos estaban sobre mis hombros mientras yo nadaba. |
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Alguien ha indagado la cultura musulmana...
Saludos! Salam aleikum! |
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Recuerdo que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo cortó.
Pero unos meses más tarde, en la primavera, vio muy sorprendido que al tronco marchito de ese árbol le salieron nuevos brotes. Mi padre dijo: - Estaba yo seguro de que ese árbol estaba muerto. - Había perdido todas las hojas en el invierno. - Hacía tanto frío, que las ramas se quebraban. - Pareceía que no le quedara al viejo tronco ni una pizca de vida. - Pero ahora advierto que aún alentaba la vida en aquel tronco. Y volviéndose hacia mí, me aconsejó: - Nunca olvides esta importante lección. - Jamás cortes un árbol en invierno. - Jamás tomes una decisión negativa en tiempo adverso. |
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Igual .. densa es la oscuridad reinante.. la ignorancia ahoga la mayoría.. gracias a quienes manipulan la mentira y el engaño.. Pero.. felicidades.. un alivio siquiera.. un destello de luz.. q la paz sea bien recibida.. .. Tu aporte me hizo recordar a una deducción de hace tiempo.. No existen los problemas.. Sólo son MALOS-ENTENDIDOS (Confusiones verbales) Saludos Un abrazo de paz |
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Un Maestro decía:
- Desgraciadamente, es más fácil viajar que detenerse. Los discípulos quisieron saber por qué. - Porque mientras viajas hacia una meta, puedes aferrarte a un sueño; pero cuando te detienes, tienes que hacer frente a la realidad. - Pero entonces, ¿cómo vamos a poder cambiar si no tenemos metas ni sueños? – preguntaron perplejos los discípulos. - Para que un cambio sea real, tiene que darse sin pretenderlo. |
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Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
- Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos. El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro. - ¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro. - Nada dijeron. - En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos. El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante: - ¿Qué te han respondido los muertos? - De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo. Y el maestro concluyó: - Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros. |
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Un hombre tenía una mujer de carácter desabrido, sucia y mentirosa, que derrochaba todo lo que su marido traía a la casa.
Un día, este hombre, que era muy pobre, compró carne para obsequiar a sus invitados. Pero la mujer se la comió a escondidas, rociándola con un poco de vino. En el momento de la comida, el hombre le dijo: - ¡Los invitados están aquí! - ¿Dónde está la carne y el pan? - ¡Sirve a mis invitados! La mujer respondió: - El gato se ha comido toda la carne. - ¡Vuelve a comprar, si quieres! El hombre tomó entonces al gato y lo pesó en una balanza. Encontró que el animal pesaba cinco kilos. Exclamó: - ¡Oh, mujer mentirosa! - ¡La carne que he comprado pesaba también cinco kilos! - Si acabo de pesar el gato, ¿dónde está la carne? - Pero si es la carne lo que acabo de pesar, entonces … - ¿adónde ha ido a parar el gato? |
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-“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa, que no tengo fueras para hacer nada. Todos me dicen que soy una calamidad, que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy bastante tonto… ¿Cómo puedo mejorar?…¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarle le dijo: - “!Cuánto lo siento, pequeño saltamontes. No puedo ayudarte, porque debo resolver primero mi propio problema. Si quisieras ayudarme tú a mí, podría resolver el tema con más rapidez y luego, tal vez te pudiera ayudar.”. - “Encantado”– titubeó el muchacho, aunque una vez más sintió que volvía a ser desvalorizado y vio sus necesidades otra vez postergadas. - “Bien”, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique izquierdo y dándoselo al chico, agregó: - “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debes vender este anillo y trata de obtener por él la mayor suma posible, pero nunca aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas” El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con cierto interés, hasta que decía el precio que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, unos se reían, otros daban media vuelta hasta que un viejito le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio del anillo. Después de ofrecer la joya a más de cien personas y abatido por su fracaso, montó en el caballo y regresó. Entró en la habitación y dijo: - Maestro lo siento… no pude conseguir lo que me pediste. Tal vez podría conseguir dos o tres monedas de plata, aunque no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo”. - “!Qué importante lo que dijiste, pequeño saltamontes”- contestó sonriente el maestro. “Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto daría por él. A pesar de todo lo que te ofrezca, nunca se lo vendas. Regresa aquí de nuevo con el anillo”. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo. Lo miró con lupa, lo pesó y luego le dijo: - “Dile al maestro, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro”. - ¿58 monedas??? Exclamó el joven. - “Sí”- replicó el joyero- Sé que con el tiempo, podríamos obtener hasta 70, pero nunca si la venta es urgente. El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. - “Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida, pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?. Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda. Moraleja: A veces, evaluamos a la ligera tanto a las personas como a las cosas. A veces lo hacemos sin conocimiento de causa, creyendo conocer todo. A veces esperamos un regalo envuelto de una manera especial y al no recibirlo de esa forma, lo rechazamos mirando sólo el envoltorio y no vemos el valor del contenido. A veces, sólo a veces, respondemos con habilidad Run Forrest Run. |
Respuesta: Cuentos Zen
Si tu compasión no te incluye a ti mismo,
es incompleta. Buda. Recuerde que usted no medita para "obtener" nada, sino para "quitarse" cosas de encima. Lo hacemos, no con deseo, sino con desprendimiento. Si "quiere" alguna cosa, no la encontrará. Ajahn Chah Es más fuerte quien más sonríe. Koan Zen. No me preguntes a donde voy, ya que viajo por este mundo sin límites, donde cada paso que doy es mi hogar. Dogen El que mueve montañas empieza llevando piedras pequeñas. Proverbio Zen Cuando no hay enfado dentro, no hay ningún enemigo fuera. No desesperes nunca, jamás, ni siquiera cuando estés en las peores condiciones; porque de las nubes más negras, cae agua limpia. |
Respuesta: Cuentos Zen
Un ratón se apoderó un día de la brida de un camello y le ordenó que se pusiera en marcha.
El camello era de naturaleza dócil y se puso en marcha. El ratón, entonces, se llenó de orgullo. Llegaron de pronto ante un arroyo y el ratón se detuvo. - ¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes? - ¡Camina, tú que eres mi guía! El ratón dijo: - Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme. El camello: - ¡Voy a probar! Y avanzó por el agua. - El agua no es profunda. - Apenas me llega a las corvas. El ratón le dijo: - Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí. - Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros. Entonces el camello le dijo: - En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un guía. - ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo! - ¡Me arrepiento! dijo el ratón - ¡en nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este arroyo |
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