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Respuesta: Pérdida de ideales
Pride (In the name of love) Orgullo (en nombre del amor), uno de los temas más emblemáticos de U2, dedicado a Martin Luther King:
Mandela Day, de Simple Minds, dedicado a Nelson Mandela: Trailer de "Mi nombre es Harvey Milk", sobre la historia real de Harvey Milk y su lucha por la igualdad de derechos de los/as homosexuales, interpretada por Sean Penn, que ganó el oscar. Gran película: Another Day in Paradise, de Phil Collins, contra la pobreza: |
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Tener ideales no sirve para nada, ningún ideal proviene de la pureza o de la felicidad. Los ideales sirven para hacernos una falsa identidad, y con los años se disuelven para que podamos adoptar otro 'falso yo'
Así un joven anarquista se convierte en capitalista, de la noche a la mañana... y lo mejor es que nunca fue anarquista ni tampoco será capitalista. Sólo será una alma perdida en busca de identidad Pero lo que intentamos disfrazar es grandioso... nosotros sí que valemos! Los ideales por buenos que parezcan sólo sirven para limitarnos Tal y como está el asunto, he renegado de mi propia nacionalidad. No apoyo lo que apoya mi familia, mi bandera es como un trozo de trapo.Esto lo he hecho porque jamás he pertenecido ni a una nacionalidad ni a una bandera, sólo pensaba que así era. A la mierda los nacionalismos, existen para separar a las personas Bufff, perdón si he ofendido a alguien. Hoy me he regalado |
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http://dialnet.unirioja.es/recursos/...4&libro=291792 |
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jajajaj como una especie de híbrido! Muy psicópata el resultado... |
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Cuando era niño me decian que algun dia cambiaria mi forma de pensar, que iba a "madurar". Espere con inquietud ese momento, pasaron mis 15 y yo me sentia y pensaba igual, luego llegaron los 20, los 25, los 30, y sigo aun esperando ese cambio revolucionario que me hara olvidar mis tontos ideales. No ha llegado aun ese momento, y dudo que alguna vez lo haga. |
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No confundamos idealismos con utopías, en este tema estoy de acuerdo con Fernando Savater:
Suele deplorarse en la actualidad la decadencia o definitivo abandono de la utopía, considerándolo síntoma inequívoco de una pérdida de ímpetu moral. Nada resulta menos evidente. La utopía aspira a un Estado (político y también moral) perfecto, en el que todos los valores se realicen sin contradicción entre ellos, donde el ser de las cosas y su deber ser coincidan por fin y para siempre. Se trata, teóricamente, de un estado acabado, es decir: del estado terminal de la sociedad.., en el sentido más clínico de la palabra «terminal». El mal habrá sido para siempre erradicado, imposibilitado: pero con el «mal» desaparece también la pregunta crítica sobre el bien, elemento insustituible de la libertad moral. Algunas de las voces literarias más lúcidas de nuestro siglo (Eugenio Zamiatin en Nosotros, George Orwell en 1984, Aldous Huxley en Un mundo feliz, etcétera) nos advirtieron ya de que lo peligroso de la utopía contemporánea no es su carácter de cosa irrealizable, sino precisamente lo contrario: que puede ser realizada. Pero su realización, que impone el bien por vía política, médica, tecnológica, etcétera, no representa la realización terrena de la Jerusalén celestial de la ética sino su abolición definitiva y atroz. Los totalitarismos de nuestro siglo son utopismos cumplidos (es significativo que sea a raíz del hundimiento histórico de los regímenes comunistas cuando más se lamente el final de la «utopía»), tal como algunos quisieran que llegara a serlo la visión paternalista del capitalismo que hipostasía la Salud Pública y el Provecho Financiero. Desde un punto de vista ético, el descrédito de semejantes proyectos de non plus ultra social es una señal de cordura y salud moral, no de conformismo. Sin embargo, hay quien se alarma con buena fe ante esta renuncia y teme que signifique la pérdida del impulso ético de transformación social, aquel «Principio Esperanza» del que habló con elocuencia filosófica y poética Ernst Bloch. Y por tanto tratan de distinguir entre la «utopía» propiamente dicha, cuyos malos resultados han quedado claros, y el «anhelo o ímpetu utópico», más abierto, una especie de tendencia ética que rescata del simple pragmatismo político con urgencias de solidaridad y justicia. La intención puede ser buena, pero la propuesta no resulta imprescindible. Sin necesidad de «utopías» ni de «anhelos utópicos», la moral ha tenido siempre ideales. Es decir, conceptos límite de excelencia en el comportamiento individual o en las formas de convivencia hacia los cuales se tiende de manera inacabable (pero no «indefinida»). A diferencia de la utopía, el ideal es lo que nunca puede darse por acabado: cada uno de sus avances amplía sus perspectivas, obliga a una revisión crítica de sus postulados a la vista de sus logros y mantiene viva la inquietud racional que nos impide identificamos beatíficamente con cualquier organización social ya establecida. El utopista sostiene que la verdadera vida sólo comenzara cuando se haya alcanzado la comunidad perfecta, mientras el idealista opina que la verdad moral de la vida es el inacabable perfeccionamiento de la comunidad. El primero reacciona ante los desastres ético-políticos del mundo en que vivimos con resentimiento y desesperación, el segundo con tónico desasosiego y sentido de la responsabilidad. ¡Ojalá la decadencia de las utopías significase la revitalización de los ideales! |
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