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Respuesta: Cuentos Zen
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Respuesta: Cuentos Zen
Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
- Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos. El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro. - ¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro. - Nada dijeron. - En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos. El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante: - ¿Qué te han respondido los muertos? - De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo. Y el maestro concluyó: - Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros. |
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Un hombre tenía una mujer de carácter desabrido, sucia y mentirosa, que derrochaba todo lo que su marido traía a la casa.
Un día, este hombre, que era muy pobre, compró carne para obsequiar a sus invitados. Pero la mujer se la comió a escondidas, rociándola con un poco de vino. En el momento de la comida, el hombre le dijo: - ¡Los invitados están aquí! - ¿Dónde está la carne y el pan? - ¡Sirve a mis invitados! La mujer respondió: - El gato se ha comido toda la carne. - ¡Vuelve a comprar, si quieres! El hombre tomó entonces al gato y lo pesó en una balanza. Encontró que el animal pesaba cinco kilos. Exclamó: - ¡Oh, mujer mentirosa! - ¡La carne que he comprado pesaba también cinco kilos! - Si acabo de pesar el gato, ¿dónde está la carne? - Pero si es la carne lo que acabo de pesar, entonces … - ¿adónde ha ido a parar el gato? |
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-“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa, que no tengo fueras para hacer nada. Todos me dicen que soy una calamidad, que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy bastante tonto… ¿Cómo puedo mejorar?…¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”
El maestro, sin mirarle le dijo: - “!Cuánto lo siento, pequeño saltamontes. No puedo ayudarte, porque debo resolver primero mi propio problema. Si quisieras ayudarme tú a mí, podría resolver el tema con más rapidez y luego, tal vez te pudiera ayudar.”. - “Encantado”– titubeó el muchacho, aunque una vez más sintió que volvía a ser desvalorizado y vio sus necesidades otra vez postergadas. - “Bien”, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique izquierdo y dándoselo al chico, agregó: - “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debes vender este anillo y trata de obtener por él la mayor suma posible, pero nunca aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas” El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con cierto interés, hasta que decía el precio que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, unos se reían, otros daban media vuelta hasta que un viejito le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio del anillo. Después de ofrecer la joya a más de cien personas y abatido por su fracaso, montó en el caballo y regresó. Entró en la habitación y dijo: - Maestro lo siento… no pude conseguir lo que me pediste. Tal vez podría conseguir dos o tres monedas de plata, aunque no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo”. - “!Qué importante lo que dijiste, pequeño saltamontes”- contestó sonriente el maestro. “Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto daría por él. A pesar de todo lo que te ofrezca, nunca se lo vendas. Regresa aquí de nuevo con el anillo”. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo. Lo miró con lupa, lo pesó y luego le dijo: - “Dile al maestro, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro”. - ¿58 monedas??? Exclamó el joven. - “Sí”- replicó el joyero- Sé que con el tiempo, podríamos obtener hasta 70, pero nunca si la venta es urgente. El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. - “Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida, pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?. Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda. Moraleja: A veces, evaluamos a la ligera tanto a las personas como a las cosas. A veces lo hacemos sin conocimiento de causa, creyendo conocer todo. A veces esperamos un regalo envuelto de una manera especial y al no recibirlo de esa forma, lo rechazamos mirando sólo el envoltorio y no vemos el valor del contenido. A veces, sólo a veces, respondemos con habilidad Run Forrest Run. |
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Si tu compasión no te incluye a ti mismo,
es incompleta. Buda. Recuerde que usted no medita para "obtener" nada, sino para "quitarse" cosas de encima. Lo hacemos, no con deseo, sino con desprendimiento. Si "quiere" alguna cosa, no la encontrará. Ajahn Chah Es más fuerte quien más sonríe. Koan Zen. No me preguntes a donde voy, ya que viajo por este mundo sin límites, donde cada paso que doy es mi hogar. Dogen El que mueve montañas empieza llevando piedras pequeñas. Proverbio Zen Cuando no hay enfado dentro, no hay ningún enemigo fuera. No desesperes nunca, jamás, ni siquiera cuando estés en las peores condiciones; porque de las nubes más negras, cae agua limpia. |
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Un ratón se apoderó un día de la brida de un camello y le ordenó que se pusiera en marcha.
El camello era de naturaleza dócil y se puso en marcha. El ratón, entonces, se llenó de orgullo. Llegaron de pronto ante un arroyo y el ratón se detuvo. - ¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes? - ¡Camina, tú que eres mi guía! El ratón dijo: - Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme. El camello: - ¡Voy a probar! Y avanzó por el agua. - El agua no es profunda. - Apenas me llega a las corvas. El ratón le dijo: - Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí. - Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros. Entonces el camello le dijo: - En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un guía. - ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo! - ¡Me arrepiento! dijo el ratón - ¡en nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este arroyo |
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