Supongo que os pasará a muchos. Cuando estoy en una situación en la que me siento incómo y la necesidad de hablar flota en el aire (debido a las presiones sociales), como en una sala de espera, o en una boda, por ejemplo, en la que apenas conoces a nadie, siempre tiendo a acercarme a alguna persona mayor. Ellos por lo general nunca se van a reir de ti, ni te van a llamar feo en tu cara, ni te van a marginar. En cambio las personas jóvenes (incluso de tu edad) y los niños son temibles. Además, me relaja su conversación y aprendes un huevo de cosas, entre ellas, herramientas para afrontar a los de tu quinta, si sabes leerles entre líneas. Aprendes a quitarle hierro a ciertos asuntos y a armarte de coraje.