De Noa Noa, Paul Gaugin.
Tuve que regresar a Francia. Me lo exigían imperiosos deberes de familia. ¡Adiós tierra hospitalaria, tierra deliciosa, patria de la libertad y la belleza!
[...]
Cuando abandoné el muelle, en el momento de hacerse el barco a la mar, miré por última vez a Tehura.
Había llorado varias noches antes. Cansada ahora, triste siempre, se mantenía sentada sobre la piedra, con las piernas colgando, rasgando con sus pies anchos y sólidos el agua salada. La flor que llevaba por la mañana, en su oreja, había caído sobre sus rodillas, marchitada. De trecho en trecho, otras como ella miraban, fatigadas, mudas, sin pensamientos, el pesado humo del navío que nos llevaba a todos muy lejos, para siempre, amantes de un día.
Y desde el puente del barco, con los catalejos mientras nos alejábamos, durante mucho tiempo aún, creíamos leer sobre sus labios estos versos maoríes:
"Vosotras, ligeras brisas del Sur y del Este,
Que os juntáis para jugar y acariciaros, sobre mi cabeza,
Apresuraos a correr juntas a la otra Isla.
En ella encontraréis, sentado a la sombra de su árbol preferido,
A aquel que me abandonó.
Decidle que me habéis visto anegada en lágrimas."
|