Pero me cuesta renunciar a la soledad voluntaria. Reconozco que siempre formó parte de mi personalidad.
Ojalá la evitación no fuera irracional a veces.
Porque en esa medida no me aporta mayor felicidad que la de la autocomplacencia.
Y he decidido escribir porque hoy ha regresado, sin invitación, a atormentarme esta maldita fulana. Y se ha puesto a jugar en la herida que más duele.
Y he decidido soltárselo a unos extraños, porque quizá no esté dispuesta a confesar, ante quien corresponda, que no aguanto ser un alma invadida.