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Antiguo 12-nov-2010  

Soy un individuo con habilidades sociales muy deficientes. Mi oratoria es de guardería por puro desentreno. No hablo con casi nadie, y en caso de hacerlo adolezco del virus de la monosílaba. Quiero creer que no soy el único con tan poco bagaje dialéctico. Quiero creer que no soy el tipo más inepto del mundo en distancias cortas. Alguna vez conoces alguien que crees adivinar reservado, introvertido. Le escrutas, lo tanteas en el cara a cara para acabar finalmente fagocitándote y resultar una especie de Sócrates a tu lado. Os habrá pasado muchas veces; si no, sois unos impostores adalides de la mayéutica. ¿No os frustra que se pongan de relieve vuestras carencias sociales de una manera tan seguida? Los hay a quienes les cuesta conversar. Tienen un notable retraso en la punta de lanza de nuestra puesta en escena: el habla, la impostura, como quiera llamarse. Pero aquí no hay clases para niños especiales. La oligofrenia oral es más cruda y el que no sabe desenvolverse está desamparado. ¿Cómo va a progresar un individuo hablando, cómo va a mejorar sus dotes si del otro lado sólo hay carnívoros que parecen nutrirse de nuestros silencios? El que no tiene habilidad en la conversación está perdido en círculos peligrosos, engullido por la serpiente de Ouróboros del quiero pero no me dejan, me dejan pero no puedo. Uno no puede desarrollar su oratoria si no recupera el escandaloso tiempo que lleva de retraso, de ése que incubaba silencios mientras otros daban lustre al anecdotario colectivo y activaban sinápticamente sus conexiones, desarrollaban su cerebro, entrenaban sus lóbulos frontales para llegar a la madurez con unas habilidades envidiables. Se dice que la gente no sabe hablar. Oh, cuentos chinos. La gente sabe hablar demasiado bien. Quien adolezca de este subdesarrollo oral y vaya por ahí con ataques afásicos y silencios por doquier sabrá de buen oído lo maravillosamente bien que se habla; y con qué donaires lo hace la mayoría. Mientras uno pena por hilar dos frases coherentes, ellos te compendian sus vidas en pocos minutos, y te hablan de anécdotas graciosas, historias interesantes, historias dentro de las historias… con esa habilidad de una Sherezade barriobajera pero arrebatadora. Envidio mucho a esa gente. Hay quienes denuncian (cuando ellos son charlatanes contumaces) que se habla mucho y se dice poco. Qué más dará. Lo importante es decir algo. Ha de haber un misterio biológico en este proceso dialéctico que tanto seduce: liberación de endorfinas; algo así. Debe congratular fisiológicamente de alguna manera, como animal social que se nos supone.

Y sí congratula. Lo sé de primera mano, porque hace poco experimenté en mis cuerdas vocales la voluptuosidad de la charla que hasta ahora me había sido vedada. ¿Cómo puede un desheredado de la oratoria congraciarse como yo lo he hecho? ¿Cómo salir de ese círculo vicioso, en el que si quieres decir algo eres rápidamente devorado por la hiena social de turno? Yo he visto un filón de progreso –y parezco un chamarilero de teletienda- en el íntimo, intransferible, insobornable, proceso de autograbación, esto es, de hablar solo como un demente frente a un cacharro que al menos aporte el componente racional al asunto. Os invito a conversar con vosotros mismos. Habrá quien desdeñe esto por esa prepotencia del charlatán de turno: «Bah, eso es como pensar en alto, o como escribir un diario en papel.» El que es un inepto social y naufraga constantemente en cualquier conversación, sabrá que son dos cosas muy distintas. Los mecanismos psíquicos y fisiológicos en la oratoria nada tienen que ver con la intimidad y el refugio del pensamiento. En una conversación, aunque sea simulada, o para con uno mismo, el sujeto está en puro trance, poseído. ¿Es poco realista, representativo, el soliloquio? ¿Tiene una proyección de cara a resultar de utilidad en una fase oral posterior? Yo me remito a mi experiencia. Mi experiencia –ahora es cuando testimonian los compradores del producto teletienda- es que hay algo de atractivo en hablar durante tanto tiempo. He tenido sesiones de más de media hora hablando sin parar (más allá de parones afásicos de no encontrar palabras) y después, durante el día restante, me he sentido como más suelto, todo un lenguaraz. He llegado a apostillar en charlas de sobremesa, he escupido a mi complejo de rotacismo rodeado de extraños, todo ello movido por una especie de inercia que había detonado al grabarme por la mañana.

¿A qué viene todo este rollo? Aparte de que también ha espoleado mi escritura –mentira- y me ha crecido la ***** 2 inches –Hmm- sólo quería compartir esta especie de tonto descubrimiento, que hasta ahora no se me había ocurrido. Porque yo lamentaba no darle salida a mi gloriosa prosodia; la gente no te deja hablar porque ellos mismos conocen todo eso de las endorfinas y lo psicosomático del asunto.

El que de su vida haga días silenciosos o monosilábicos y tenga menos habilidad social que un lémur, que agarre un cacharro de grabación (repito, para darle un raciocinio a la cosa y no levantar sospechas) y que cavile y discurra con libertad, que hable de cualquier banalidad, de cualquier cochinada insustancial. Pronto verá los resultados. Se lo garantizo. Guiño. Destello en un diente.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Oh, que grácil oratoria de la que hace gala vuestra merced!
Paréceme una idea excelsa, darle al rec y empezar a hilvanar una lúcida locución en la placentera compañía que sólo la dulce soledad procura.

Más no en ello advierto problema alguno, pero si cabría sospecha de estado morboso, si en el desarrollo de ésta curiosa práctica de intimidad con tu propio ego, una voz ajena te replicara.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Las buenas palabras curan, sí.

Me alegro que esto te esté sirviendo. Si nunca quieres practicar con un autómata me puedo disfrazar.
 
Antiguo 12-nov-2010  

En verdad es un poco trágico (y algo inexplicable) que tu extraordinario uso del lenguaje no se pueda ver plasmado allí donde el lenguaje reviste real importancia, en la conversación.

También sufro lo mismo, aunque a veces me gusta creer que no sé de qué hablar con la gente, no por un defecto mío, sino que sólo porque no tengo nada en común con muchos de ellos, y porque cuando lo tengo soy incapaz de descubrirlo. Con tan pocas cosas que llenan mi vida, se hace difícil encontrar algo compartido con otros que sirva de tema de qué hablar. Por eso creo que posiblemente lo que haya que hacer no es mejorar las habilidades de conversación, que me parece imposible pues es un rasgo de mi personalidad (y quizá de la tuya), sino que antes que todo reconectarse con el mundo, interesarse en actividades o qué sé yo, hacer algo para dar contenido a nuestras conversaciones. De otra forma, lo nuestro va a ser un intento de poner palabras a una nada, y dijo alguien que de la nada, por sublime que sea, no surge nada.

Dudo que funcione tu experimento, pero avísame si lo hace.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Para que no parezca extraño, en vez de una grabadora te pones a hablar con el Más Brain Training de la Nintendo DS, que tiene un minijuego en el que tienes que decir al micrófono Piedra, papel o tijeras, y entre alguna de las palabras sueltas alguna anécdota XD. Ahora de verdad, puede ser un buen experimento, yo como tengo tanto tiempo libre tal vez lo pruebe algun día.

Pero también creo lo mismo que Diomedes, que habría que seguir los gustos generales para poder tener temas de conversación más sustanciales con la gente.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Qué importarán los temas de conversación. Eso es lo de menos. De hecho, el no tener tema de conversación puede transformarse en un tema mismo. No hace falta remontarse constantemente a la anécdota. No hace falta narrar tu compra del pan por la mañana como si fuera un informe técnico. Ese es un rasgo estrictamente femenino. El hombre no tiene por qué reducirse a la anécdota en una charla entre pares. Puede reflexionar y hablar de una forma “intangible”, sin un zurrón de experiencias o gustos a las espaldas.

De todas formas el tema de conversación es despreciable. ¿Es que no habéis sido pisoteados cuando habéis intentado proponer un tema? Habéis empezado a hablar de algo que os inquieta, u os atrae, y enseguida la otra parte ha derivado rápidamente en un “Pues a mí me gusta…Pues yo hago…”. La conversación es una sucesión de pisotones, y el fondo no importa nada.

Ah, esta mañana me he grabado otra media hora. Es extraño porque me seduce la idea de escucharme, aunque no era esa la pretensión de la actividad, sino simplemente la de hablar. De hecho si hay algo que me repugne de mí mismo es mi voz, claro. Pero es que me apetece escucharme, no sé. Puede que el grabarse suponga también una reconciliación con uno mismo. Eso es importante, ¿no?

Última edición por Ferdinand Bardamu; 12-nov-2010 a las 16:08.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Puedes tener razón, porque hay personas que del hecho más minúsculo y sin importancia pueden hacer una historia interesantísima. De hecho, he intentado alguna vez contar algo que me ha ocurrido y cuando termino me pregunto, ¿por qué no es tan interesante como lo que contó aquel? Hay algo que falla...
 
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Lo idílico sería tumbarse en un catre y sostener esas sesiones de micropsicoanálisis de Fanti de tres horas largas barboteando sin sentido. Eso sí es psicología, y que no os vendan la moto. Desconfiad si la autoridad en materia psíquica no habla menos de un 10% de lo que habláis vosotros en una sesión. El micropsicoanálisis formaría grandes talentos con logros espectaculares en cuanto a soltura y elocuencia hablando. Obama creo que empezó así.
 
Antiguo 12-nov-2010  

En mi caso, sería peor el remedio que la enfermedad. Pero si a ti te funciona, perfecto.
 
Antiguo 12-nov-2010  

Cita:
Iniciado por Ferdinand Bardamu Ver Mensaje
Qué importarán los temas de conversación. Eso es lo de menos. De hecho, el no tener tema de conversación puede transformarse en un tema mismo. No hace falta remontarse constantemente a la anécdota. No hace falta narrar tu compra del pan por la mañana como si fuera un informe técnico. Ese es un rasgo estrictamente femenino. El hombre no tiene por qué reducirse a la anécdota en una charla entre pares. Puede reflexionar y hablar de una forma “intangible”, sin un zurrón de experiencias o gustos a las espaldas.

De todas formas el tema de conversación es despreciable. ¿Es que no habéis sido pisoteados cuando habéis intentado proponer un tema? Habéis empezado a hablar de algo que os inquieta, u os atrae, y enseguida la otra parte ha derivado rápidamente en un “Pues a mí me gusta…Pues yo hago…”. La conversación es una sucesión de pisotones, y el fondo no importa nada.

Ah, esta mañana me he grabado otra media hora. Es extraño porque me seduce la idea de escucharme, aunque no era esa la pretensión de la actividad, sino simplemente la de hablar. De hecho si hay algo que me repugne de mí mismo es mi voz, claro. Pero es que me apetece escucharme, no sé. Puede que el grabarse suponga también una reconciliación con uno mismo. Eso es importante, ¿no?
Si no estás dispuesto a compartir la cotidianeidad con otra persona (cosas simples como comprar el pan) te apartas completamente de la vida en este mundo, que es básicamente cotidianeidad.

Mi punto es que las conversaciones entre dos personas (hombre o mujer, tu distinción me parece absurda) no son usualmente acerca de generalidades o reflexiones sobre la vida y la muerte. Son sobre cosas sencillas.

En mi universidad todos los días veo cómo mis compañeros hablan entre sí, y así se divierten y la pasan bien. Y yo los envidio, justamente porque pueden darse el lujo de hablar sobre cualquier cosa y de todo lo que comparten. Creo que tu desprecio por esto puede ser una causa (no digo que LA causa) de tu dificultad de hablar con otros. Debes bajar tus estándares, no esperar de cada conversación una revelación filosófica, ni esperar que el otro diga a cada palabra algo brillante. Menos todavía debes intentar decir tú cada vez que abras la boca algo interesantísimo e inteligente, porque eso sí que paraliza (te lo digo porque me pasa, pues pienso que siempre el otro me juzga con varas altísimas, cosa que me pone muy tenso).

Es muy cierto que las conversaciones pueden ser una sucesión de pisotones, pero no puedes pensar que siempre será así, ni con cada persona con la que intentes hablar. Por supuesto que hay gente impetuosa que gusta sólo de hablar de lo que le place, mas esos no son todos. Pensarlo sería un pesimismo infundado.
 
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