A mí me gusta darme prolongados baños en los que reflexiono acerca de la naturaleza de las cosas. Ayer fue un día intenso. Intenso exponencialmente y comparativamente con el resto de los días, que en oposición me los paso pasivo y distante. En mis largas conversaciones con mi psicólogo, semejantes más bien a un soliloquio por mi parte, solemos tocar un tema tangencial que hemos dado en llamar problemas de
autoimagen. La
autoimagen es, en la humilde opinión de mi psicólogo, una aproximación más precisa que la autoestima. Estos problemas refieren a que la forma en que yo me percibo en el mundo se refleja negativamente, y por tanto, erráticamente. Mirado desde un punto de vista psicológico, suena bastante incisivo y coherente. Desde un punto de visto filosófico tengo ya más dudas. Pero es el primero el que más me importa, pues de él depende mi presunta curación. Soy muy consciente de ello. De vuelta a la bañera, en cuanto me recosté y noté la caricia del agua en mi piel, enseguida
videé (por citar a Alex DeLarge)
el curso de acción a seguir.
Resolví, pues, que debía pediros perdón. Perdón por mi conducta errante y enfermiza. Perdón por mi pedantería y mi intolerable excentricidad (es desesperante llegar a la conclusión de que estás solo y de que morirás solo, honesta e irremediablemente, en un mísero lecho circundado por claustrofóbicas paredes blancas). Perdón por creer que había algo de bello y resplandeciente en mi lenguaje, cuando, en realidad, se le puede conceder cualquier calificativo con tal de que posea una mínima connotación negativa. Perdón por ser un iluso y un esquizofrénico paranoide. Perdón a los moderadores, quienes, al cumplir con su trabajo sin tacha ninguna, se vieron atosigados por un mitómano, por un individuo profundamente enfermo que malinterpretó sus acciones. Perdón a SigmaX, por haberle producido tal sentimiento de repulsión, y por haberle respondido de una manera deliberadamente maligna. Perdón a program77 por haberle soltado semejante sarta de sandeces de desquiciado sin venir a cuento. Perdón a todos por haberos asqueado hasta la extenuación con mis fútiles y tristemente elaborados comentarios. Perdón por mi arrogancia y patetismo. Perdón por haber inundado la relativa paz de vuestro foro. Perdón por, a sabiendas del efecto que suelo causar en el prójimo, haber deseado agradar e impresionar y, en suma, llamar la atención de las formas más altisonantes concebibles. Perdón a los compañeros de foro por haberles regalado este grotesco espectáculo anfetamínico y visual. Perdón por mi hipersensibilidad. Perdón a todo aquel con quien mantuve conversación en el minichat por ser, en pocas palabras, una vorágine de impresiones disparatadas e inconexas. Perdón por el retraso. Perdón a Thomas por haberme figurado que su identidad virtual y privada podía resultar, por así decir, reconfortante. Por todo ello, pido perdón.
La verdad es que, en definitiva (y sin que sirva de justificación), soy el epítome de la enfermedad mental. Una masa sin vocación, un desperdicio de oxígeno. Puedo contar las ocasiones en que me he intentado borrar del mapa con los dedos de una mano. Mi agonía es infernal, infinita. Internet, y diversos foros, han contribuido a implantar la semilla de mi enfermedad, aunque considero, pese a todo, que no es pertinente demonizar a esta herramienta sustentada en la información, que tanto me he dado y tanto me ha quitado. No, yo soy el genuino arquitecto de mi tragedia. ¿Sabéis? Siempre intuí, a lo mejor por error, que la realidad y las palabras se hallan en íntima conexión. Por eso me esforcé tanto por enriquecer mi discurso, lingüísticamente hablando. ¿Y, al final, qué fruto me ha dado? Rimbombancia e incertidumbre; ésos son sus rasgos. Y, al mismo tiempo, mis axiomas. Quiero decir que vuestros inocentes (algunos más que otros) juicios me han destrozado por dentro. Sin embargo, no os culpo. ¿Y sabéis por qué? Porque nunca llegaré a cumplir mis sueños. Nunca llegaré a ser como los grandes autores (lejos de eso, me quedaré en un franco estancamiento, en mi pseudointelectualismo). Nunca arribaré a costas más serenas y pacíficas.
Toda esta verborrea que, por obra de la gracia, hago extensible a este hilo, se debe a que, durante mi escasa y desdichada estancia aquí, he conocido a gente maravillosa, a gente entrañable y de corazón bondadoso que bien hacen que merezca la pena un hilo de disculpa. Y ya está.