Estos días acabo de empezar la universidad; un nuevo ciclo hacia la madurez que constantemente me recuerda que me voy haciendo mayor y que las oportunidades de cambiar van decreciendo. En las clases de dibujo y escultura, entre tandas, hay quince minutos de descanso. La gente habla, opina y se cuenta sus vidas más allá del puro aspecto artístico que, sin embargo a mí me apasiona y hablaría de ello todo el tiempo y con cualquiera... si no fuera fóbico social. Mientrastanto no sé que hacer para matar estos minutos.
A menudo en el trabajo me imagino conversaciones imaginarias y me imagino como irían evolucionando. Me pregunto qué sería de mí si fuera la mitad de extrovertido que cualquiera. Otras veces pienso que ser así me ha permitido hallar otras formas de expresarme menos convencionales o habituales para una sociedad que encuentra su bienestar uniendo hilos conversativos entre ellos mientras que a mi no me ha sido otorgada esta capacidad.
A veces me enfado conmigo, y lo pago con los míos. Lo peor es que me irrito, me agobio y no sé hablar con los pinceles, no me encuentro agusto con mi gente y mucho menos con los amigos por su escasa cantidad. Llego a un punto en que pienso que no necesito a nadie y que estando sólo mi hado no se quebrará.
Es cuando empiezo a preocuparme, a pensar en qué haré el lunes en los quince minutos de descanso entre tandas (45 min. al dia), y después el martes, el miercoles... Intento no explotar y frecuentemente paro de pensar, letargado, alzando la mirada hacia una pared para acabar cerrando los ojos y con un nudo en la garganta. No me hago preguntas de por qué soy así, sólo me limito a no pensar, a veces lo hago mirando cuadros. Luego me levanto, me siento en el sofá con mis padres a ver la película de los fines de semana mientras mi hermana de tres años se desespera por jugar conmigo. Acabo cediendo y finalizo todos los domingos al anochecer haciendo de caballo para mi jinete favorita y olvidando estos problemas que amargan la etapa más vital de una persona.
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