Las tardes grises de invierno, con frío y cayendo chuzos de punta, me reconfortan, me insuflan energía hasta tal punto que, durante unos instantes, puedo llegar a pensar que no todo en esta vida me es tan nefasto. Claro que residiendo en una población del Litoral Mediterráneo, la posibilidad de que en un día determinado se combinen las bajas temperaturas con precipitaciones torrenciales es bastante relativa. Estoy seguro que mi existencia hubiera sido más soportable de estar viviendo en Santiago o en León.
Y, por el contrario, los días bochornosos del verano barcelonés me incordian, me agobian y me dejan aplatanado, sobre todo por la humedad ambiental, que provoca que el calor sea pegajoso, de tal modo que a poco que la temperatura supere los 25º centígrados, empiezo a sudar descontroladadamente (soy caluroso) cosa que me incomoda bastante.
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