Claro que me costó bastante olvidarme de que me ponía rojo y que se reían; primero me olvidé de que me ponía rojo, aunque notaba que se seguían riendo pese a yo no darle importancia a mi sonrojamiento; luego me olvidé de que se reían, pese a que seguía notando mi propio rubor; así que por último me olvidé de los demás y a la mierda el rubor, con el tiempo me di cuenta de que no se reían, coño, como que cada vez me ponía menos rojo. Ahora creo que no me pongo nunca, y si me pongo alguna vez es que ya ni me entero.
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