Nunca sabré a ciencia cierta si fue antes el huevo que la gallina, o la gallina antes que el huevo. Determinados aspectos de lo que padezco hacen que mi cabeza dé vueltas sobre ello, y así un día me digo que quizás tenga que ver con la sensibilidad o susceptibilidad, otro que quizás sea algún trauma psicológico, otro que un determinado circuito neuronal que vino de serie, otro que si el miedo a crecer y madurar en un mundo hipócrita, otro que quizás sea **********,… Sin embargo, lo que hoy me ocupa es otro aspecto que vengo madurando unos días, y que trataré de trasladar como bien pueda.
El hecho de verse observado, de tener que actuar, de estar sometido a una visión de las cosas en la que apenas hay una piedra a la que asirse en las aguas bravas de la vida, todo ello hace que nos dé la sensación de tener que justificar ante los demás la más nimia acción que hagamos, si no ya hacer determinadas cosas de una manera para agradar. El caso es que las justificaciones, excusas, subterfugios y demás no les importan a nadie. Por ello, es algo inútil recurrir a la excusa y a la disculpa. A veces puede llegar uno a tratar de poner la venda antes de la herida, y así ya se va maquinando una disculpa a tal acción que creemos que haremos mal, que igual no nos saldrá perfecta o que ni tan siquiera llegaremos a ejecutar. Las excusas como se ha dicho no interesan a nadie, pero no se queda ahí su poca valía, sino que además perjudican a quien las utiliza. Vayamos por partes:
-NO INTERESAN LO MÁS MÍNIMO: si se las cuentas a alguien que te aprecia no harán más porque te aprecie más cálidamente; es más, a la larga aburrirás a esa persona con tus cosas de poco interés y le mostrarás cuán dependiente y suplicante eres. Si una excusa, por otra banda, la esgrimes ante quien te desprecia, no tendrá otro efecto más allá del que le haga relamerse ante tus desgracias y verse por encima.
PERJUDICAN A QUIEN LAS UTILIZA: vale que en ciertas ocasiones hay que excusarse, pero su uso indiscriminado sólo te servirá para hacerte más dependiente, para enraizar el problema de base. Somos lo que somos, pero también lo que hacemos por ser. No somos entes estáticos sino dinámicos. Otra cosa es que mantengamos unos rasgos de nuestra personalidad que nos rigen en nuestra manera de interpretar e interactuar con el mundo. Los actos crean hábitos, y el hábito de la excusa es de los peores hábitos que puede haber ya que nos conducen a seguir cayendo en la pusilanimidad y, lo que es peor, a justificar esa pusilanimidad. A dar cancha a ratos muertos que no llevan a nada más que a reafirmar una condición de base. No vale afligirse después y clamar contra nadie, hay que levantar el culo, como bien dice el forero Aristarco. Cueste lo que cueste.
Para otra ocasión me gustaría hablar un poco sobre la flexibilidad, los trastornos de la personalidad y otras cosas que han traído de cabeza a una parte de los foreros debido a la publicación de artículos poco prácticos sobre todo ello en fechas recientes.
Un saludo.