Con frecuencia nos sumergimos en la amargura, en la tristeza, el pesimismo y el desinterés.
La primera pregunta que nos deberíamos hacer cuando nos encontramos con estas actitudes es si responden a percepciones
muy subjetivas (distorsiones cognoscitivas, pensamientos irracionales) de entender las cosas, si son el resultado de una postura particular hacia nosotros mismos, los demás y lo que nos rodea.
Muchos de nosotros tenemos motivos, casi diarios, para preocuparnos o entristecernos... pero
amargarnos la vida es una habilidad que se
aprende,
no es suficiente con sufrir experiencias negativas.
Las experiencias desagradables nos llevan a
amarrarnos al pasado y a
inhibirnos el futuro, porque nos condicionan y
atemorizan. Es decir, dará igual cómo nos vayan las cosas
realmente, porque si mostramos una predisposición
negativa y pesimista, los momentos dichosos los filtramos en exceso, los subvaloramos, los percibimos con desconfianza y reservas, sin anotarlos en nuestros “logros”.
Reflexionar sobre la manera como influyen ciertos pensamientos sobre nuestras emociones y conductas nos ayudaría a ser mas objetivos, menos pesimistas a encontrar pruebas de realidad que confronten nuestras creencias