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"Todo lo que no hemos podido realizar en el mundo real, tendemos a llevarlo a cabo en el mundo imaginativo. En él vivimos de un modo ilusorio unos papeles, unos estados y unas situaciones completamente artificiales. Apenas dejamos de estar plenamente lúcidos, en cuanto el consciente se apaga, comienza a dominar la fantasía, que es el lenguaje plástico del inconsciente, de lo reprimido, del mundo de los impulsos y sentimientos no expresados -impulsos en el nivel vital (de actividad, de esfuerzo, de lucha, etc.), no necesariamente sexuales-, y sentimientos.
Observando el mundo de la fantasía advertiremos que todas las imaginaciones giran siempre en torno de un único protagonista: nuestro yo, héroe de todas las hazañas. La imaginación tiende siempre a compensarnos de lo reprimido en el interior, por no haberlo podido convertir en experiencia consciente, elevando un pedestal fantástico al yo.
Pero esta tendencia es sumamente peligrosa. Lentamente la idea que tenemos de nosotros mismos va dejando de ser reflejo de nuestra realidad, de nuestra experiencia, para ir participando cada vez más de estos contenidos imaginativos. Insensiblemente esa idea se convierte en el centro de todas nuestras correrías imaginativas, hinchándose y adquiriendo proporciones desmedidas, con lo que se aleja progresivamente de nuestra realidad formándose así lo que en psicología se llama yo-idea, opuesto al yo-experiencia.
Las consecuencias de tal desviación son funestas, pues a partir de este momento, aunque queramos pensar de un modo lúcido acerca de nosotros mismos, no podremos hacerlo correctamente, ya que partimos de una perspectiva inicial falsa: las premisas son erróneas, por estar formadas por una idea parcialmente equivocada del yo. Y todo lo que pensemos sobre nosotros, o sobre cuanto esté relacionado con nosotros, como nuestras cosas o la opinión de la gente respecto a nosotros, será siempre parcialmente falso de modo inevitable.
De aquí se deduce la inutilidad de pensar en nuestros problemas cuando en ellos va involucrada de una u otra forma la valoración de nosotros mismos, porque pensaremos de un modo equivocado y no daremos nunca con la verdadera solución. Nos referimos, por ejemplo, a tratar de responder con acierto a preguntas como éstas: «¿Qué diré para quedar bien ante tal persona? ¿Qué pensará de mí en tal situación? ¿Qué ocurrirá si se sabe tal o cual cosa?», etc. En ellos juega un importante papel la idea que yo tengo acerca de mí mismo, la importancia de mi yo. Y, por mucho que pensemos, aunque manejemos otros datos correctos, el factor central del asunto, nuestra perspectiva del yo, hará desviar la óptica de la cuestión y nos impedirá llegar a una conclusión correcta, acertada, realista. De ahí nuestro consejo de no pensar cuando se trate de problemas de esta clase, no como medida restrictiva, negativa, sino porque es mejor no pensar para no errar, para no llegar a conclusiones falsas.
Es muy importante ver bien la diferencia entre el yo-experiencia -lo que yo he vivido, lo que yo he convertido en experiencia-, y el yo-idea. El yo-experiencia es aquello que yo soy capaz de hacer; el yo-idea es lo que pienso de mí, de un modo permanente, constante, más allá de las oscilaciones de un momento -en un momento me valoro mucho y en otro muy poco.
Siempre el contenido del yo-idea está al servicio de la satisfacción de las necesidades básicas, pero a través de un mundo ilusorio. Por lo tanto, el yo-idea tenderá siempre a querer ser aceptado, admirado, a sentirse capaz de proteger, de ayudar, a pensar que yo poseo grandes valores, que soy muy inteligente, enérgico, y que tengo toda suerte de cualidades positivas. Porque ésta es una necesidad que todos sentimos y que, dado que no la podemos satisfacer en la realidad, intentamos en vano darle cumplimiento a través de la imaginación. Sin embargo, repetimos, deforma nuestra idea exacta de nosotros mismos, produciéndonos la ilusión de que ya somos un poco más lo que anhelamos ser."
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