Hoy al levantarme he encontrado muerto a mi gato. No ha sido una sorpresa. Tenía ya 14 años, y hace unas semanas que empezó a indicar que su vida llegaba al final. Su metabolismo se ha ido apagando. Su cuerpo devolvía la medicación, y hace tiempo que no comía nada sólido ni hacía casi deposiciones.
Se ha ido consumiendo, empequeñeciendo y secando, sin estridencias y sin apenas quejas. Era como si encogiera y se apagara muy lentamente. Estos últimos días era una carcasa de piel y huesos. Quizás debería haber mandado que le pusieran la inyección para acabar. Lo que ocurre es que me ha sido imposible elegir el momento en el que su vida debía concuír. Su final ha sido tan gradual, entre sueño y debilitamiento, que no veía el momento de decidir cuándo debía poner fin a aquello. Ayer por la noche parecía que la frontera entre vida y muerte era difusa, como un sueño en el que se disolvía lentamente.
Pero hoy he visto su cadáver rígido y frío, con las señales inconfundibles y obscenas de la muerte. Hoy mi gato NO ESTABA. Ayer, ESTABA, aunque casi como una bruma, pero ESTABA. Y hoy NO ESTÁ. Ha desaparecido para siempre. No pude ponerle la inyección por ser incapaz de elegir el momento preciso, nítido, entre la vida y la muerte, tal vez en la esperanza de que se sublimara, se difuminara, de que... no sé. Pero la naturaleza se ha encargado de dejarlo claro. La diferencia entre existir y no existir.
En los últimos años he vivido la enfermedad y la muerte cara a cara en mi familia más cercana, en mi madre y hermanos. Creía que estaba curtido, endurecido hasta el punto de no perturbarme en exceso por la muerte anunciadísima de mi gato. Pero la muerte, la muy ****, siempre tiene la misma cara obscena, descarnada y pornográfica, incluso en un gato.
Lamento haber creado un post tan triste. Pero es que deseaba que la extinción física de ese animalito dejara un rastro fugaz en el ciberespacio y que rebotara un poco en el suelo y las paredes de internet.
Ahora, a seguir dando guerra...