El desencadenante de mi mala dicha ha sido hoy, el resultado de un examen.
Por este hecho, entré en una profunda tristeza, agobiante y sofocadora.
No es la tristeza de una muerte, no es la tristeza de un padre al enterrar a sus hijos, no es la tristeza de una catástrofe. Pero es mi tristeza, es pálida, abrasadora y me abriga totalmente. Se torna en angustia y luego a depresión con tintes de desespero.
Duele, me siento incompetente. Tal vez esto no sea para mí. ¿Renunciar? ¿Buena idea?
Los pensamientos suicidas cruzaron mi mente, hoy más vívidos que nunca.
Saber que la otra semana me aguarda algo similar, la pestilencia de la mediocridad, la agonía de la derrota.
Necesito una .38 para darme un tiempo libre. ¡DESESPERO!