He tardado bastante tiempo en encontrar la forma de comenzar, y creo que una presentación no estaría mal.
Tengo 20 años, no tengo fobia social, si no mas bien algo de timidez o trastorno por evitación, no lo sabría decir, y en cualquier caso de forma bastante leve. He estado siguiendo el foro de manera irregular durante algunos años.
Ahora me animo a escribir, y sin embargo el tema se aleja bastante de la finalidad del foro, pero es algo que necesito decir y no encuentro un sitio mejor.
No es la forma mas tradicional de contaros lo que me aflige, pero tengo un punto narcisista y teatral que me lleva a relataros lo acontecido hoy en formato de historia.
Estaba cenando con mi abuelo mientras veíamos el partido del Madrid, alumbrados solamente por una pequeña lámpara.
Llego el descanso y aproveche para ir a mear, recorrí el largo pasillo a oscuras y palpe la pared hasta encontrar la luz. Entonces desde el dormitorio cercano me llego débilmente la voz de mi abuela.
- ¿Es que no me escucháis?
- Ya voy - le dije mientras terminaba y me lavaba las manos.
- ¿Es que no me escucháis? - Siguió diciendo una y otra vez mientras entraba al cuarto con la penumbra que me proporcionaba la luz del aseo aun encendida.
- ¿Que te ocurre?¿Que quieres abuela? - Me senté a su lado y le agarre la mano para tranquilizarla.
- ¿Es que no me escucháis? - Dijo una vez mas, mientras sus ojos enfocaban algún punto detrás mío, atravesándome con la mirada perdida.- No lo se, no se que quiero.
- ¿Tienes sed?¿Quieres agua?
- ¿Quieres agua?... No. No lo se.
- Estas muy tapada, ¿Tienes calor?¿Te quito una manta?
- ¿Te quito una manta? Una manta, una manta, una manta...
Le quité una manta de encima y la deje a los pies de la cama para no deshacerla, luego le dije que tratara de descansar y me volví al salón. Cuando acabo el partido y ya me iba pasé a ver si seguía despierta para despedirme. Me detuve en el pasillo y escuche un momento.
- Echadme una manta, echadme una manta, echadme una manta...
No paraba de repetirlo, entré en el cuarto y la vi con la cabeza girada y mirando al infinito mientras tiritaba. No se dio cuenta de que yo estaba allí, debía de haber estado repitiéndolo desde que la destape hacia 45 minutos.
Mi abuela tiene alzhéimer, y en poco mas de un año se ha convertido en un cascarón, una sombra de lo que fue, la sombra de una sombra. Cuando mi madre me contó lo que le ocurría estallé en lagrimas allí mismo, y ella se sorprendió, me dijo que no pasaba nada, que se podían hacer cosas para que la enfermedad fuera lentamente. Creo que yo era mas consciente que ella en ese momento, o quizás no se quería mostrar débil delante mío. Aquello era una suplicio anunciado sin posibilidad de final feliz.
Mi abuelo supero un cáncer hace unos años, pero ha sido la enfermedad de mi abuela la que le ha hecho perder peso de manera alarmante. Ella era su vida, y tengo el lúgubre presentimiento de que en cuanto ella muera él la seguirá en poco tiempo.
Yo solo puedo pasarme por las tardes para hacerles compañía, tratar de animar a mi abuelo que ya no puede salir de casa por no dejarla sola, pero es un trabajo inútil, lo hago por lealtad familiar y a costa de mi propia salud, por que con cada visita la desolación me invade; cada vez que mi abuela dice alguna incoherencia; cada vez que mi abuelo gira la cabeza para que no vea sus ojos enrojecidos por las lagrimas, superado por las circunstancias.
Y pese a que ya lloré su muerte hace un año, sigo sufriendo cada día, esperando el momento en que consiga un poco de paz.
No se que busco exactamente al contar esto. No quiero consuelo ni palabras de ánimo vacías, pero si te has tomado la molestia de leerme hasta aquí te doy las gracias y te pido perdón, por que ahora tu llevas una pequeña parte de mi carga.