Estoy aquí en mi oficina con mi asistente enfrente en la mesa de juntas, atendiendo a un cliente como yo debería de hacerlo. Finjo trabajar pero no lo hago, espero a que ella obtenga toda la información y entonces yo haré el trabajo, puedo hacerlo sólo necesito que alguien más me ayude a tener el contacto con las personas porque, ustedes entenderán, ese es mi talón de Aquiles.
La chica es nueva y es bastante amable. Como aún no me conoce y soy su jefa pero ni yo la entreviste, creo que cree soy sangrona porque apenas y le hablo. Con el tiempo entenderá que prácticamente no hablo con nadie más que cuando es estrictamente necesario y se acostumbrará a convivir en mi espacio en silencio, con música clásica; entenderá que le quito el sonido al teléfono porque no me gusta contestarlo y que prefiero atender la mayor parte de los pendientes por correo electrónico o mensajería instantánea. Se acostumbrará a hablarme a veces por mensajería instantánea aunque este muy cerca, tal como lo hizo mi anterior asistente de la mañana al que extraño mucho y con el que ya llevaba bastante tiempo armoniosamente trabajando pero al que tuve que dejar ir porque una empresa de la competencia le ofreció el equivalente a mi puesto. La chica nueva entenderá, como el resto de las personas, que vale la pena soportar mis rarezas porque sé hacer mi trabajo y aprenden conmigo lo suficiente como para que precisamente puedan ascender o buscar mejores oportunidades. Soy una especie de escalón pero en un buen sentido, al menos en esto.
Dentro de dos horas llegará mi asistente de la tarde, un chico joven que me cae muy bien y se ha convertido casi en un amigo. Él es quién no me deja faltar al gimnasio e incluso me acompaña a la hora de la comida porque es cuando no hay casi gente, él es también quién me obliga a comer aun cuando no quiero hacerlo o no tengo hambre y el único valiente de todos los chicos que han pasado por aquí que se atreve a romper el silencio y me hace plática hasta que me pongo roja, le sigo la plática diez minutos y luego lo mando a trabajar. Le tengo mucha confianza, tanta que le doy mi celular para que conteste y diga que estoy en una junta cuando alguna persona insistente se niega a entender que casi no hablo.
Me duele la cabeza y me siento triste. Me duele también un poco la garganta. Quisiera ir a casa, recostarme en posición fetal y llorar por todo. Por el amor de mi vida que no era el amor de mi vida, por mi timidez que no me deja vivir de manera normal, por mis complejos que cada día pesan más y más, por que no me siento fuerte para seguir y ya no quisiera hacerlo pero no soy lo suficientemente valiente como para arrojarme del puente que encuentro que seria mi única salida. Mis acreedores comienzan a perder la paciencia conmigo y comienzan a ofenderme, no los culpo; mi jefe también empieza a desesperarse porque sabe porque sabe que no estoy trabajando y estoy haciendo que la empresa pierda cada día más dinero. Los clientes empiezan a hablarme para decirme que ¿qué carajo está pasando? a la mayoría no les contesto, es que no tengo ánimos de trabajar y eso es todo pero les entregaré el trabajo perfecto con un par de días de retraso y será un éxito; como siempre, por eso siempre piden que sea yo quién dirija su cuenta. Me gusta pensar que soy un creativo malcriado.
Quisiera tirar todas mis medicinas. Junto a mi, en el cajón de mi escritorio hay 4 frascos, 1 gotero y 5 cajas, tengo que tomarme cada pastilla casi al mismo tiempo, de algunas son dobles. Hoy no me he tomado ninguna y he estado pensando que quizás mañana me las tome absolutamente todas juntas para dejar vació todo y ver si me intoxico exítosamente para ya no volver a abrir mis ojos.
Tengo mucho miedo y ya no sé ni de qué. Estoy muy triste. Me duele mucho la cabeza. Quisiera escaparme de la empresa, de mi vida y de todo.
Mi asistente ha terminado la entrevista y el cliente intenta platicar conmigo. Yo no platico con nadie y mi otro asistente hubiera entendido que es el momento de hacer de alguna manera que se vaya pero la chica que es nueva no lo sabe y no lo hace así que le digo que me disculpe que estoy escribiendo algo muy importante y lo dejo hablando solo. Me ha dicho, como cada vez que viene, que soy muy guapa y me sonrojo furiosamente ¡maldito sonrojo! ahora, como todos, creerá que de alguna manera me gusta. ¡Odio tanto sonrojarme por nada!.
Me duele mucho la cabeza y estoy a punto de escaparme. Estoy muy triste. Siento el corazón tan roto. Tanta soledad. Tanta inseguridad, tanto miedo. Supongo que es hora de tomarme mi pastillas para ver si mejora un poco y, para tentar un poco a la suerte, lo haré con energizante.