Lo he pensado mucho. Igual mañana no pensaré lo mismo porque es duro reconocerlo...
Voy a pasar a hablar las
fases del duelo, según la doctora Elizabeth Kübler-Ross, gran experta en el tema de la muerte, tan de actualidad en estos días. Yo no me estoy muriendo pero he percibido similitudes entre el proceso de aceptación de una muerte y el de una noticia dramática pero no letal.
En primer lugar, la negación y el aislamiento. Tengo 37 años y he vivido todo este tiempo tratando de negar mi situación. Ya va siendo hora de que deje de esconderme y reconozca lo que me sucede, para así poder exigir un mínimo respeto a los demás y ayudar a que descubran que no soy ni idiota, ni raro, ni difícil de tratar.
Tengo un problema hormonal serio y crónico que ha afectado mi vida drásticamente. Siempre me he considerado una persona perfectamente normal y así me lo han recalcado mis padres siempre. Pero jugaba en desventaja con competidores fuera de mi alcance.
De pequeño era un niño mono, agradable y muy querido. Con problemas de salud, aceptación por mis iguales y también de cierto aislamiento buscado. Cuando llegó la adolescencia, un acontecimiento barrió lo poco que había logrado hasta entonces. El descubrimiento de la sexualidad supuso un cambio tan drástico que literalmente me volvió loco (si bien gradualmente).
Hasta entonces yo había tenido relaciones con niños y (pocas) niñas en total igualdad. Pero ahora esto sería distinto. Me había convertido (como todos los adolescentes) en poco menos que un zombie sediento de afectos, cariño y, como no, sexo. Pero, por más que lo intentaba, nunca lo conseguía... porque carecía de las herramientas necesarias. Esto se ha perpetuado hasta la actualidad.
Debo aceptar que, por mi exceso de sudoración, la eritrofobia, los sofocos, tan visibles por todos, que me hacen TAN vulnerable al escrutinio ajeno, no puedo reunir una compostura y una seguridad TAN trascendental para poder aparentar ser algo ante una mujer.
Del mismo modo que el ser humano ha descubierto no ser el centro del universo a lo largo de estos últimos 500 años, yo también he tenido un viaje de descubrimiento y de constatación de que ni era tan guapo como yo creía (cada vez menos, es evidente), ni tan inteligente, ni tan normal. La enfermedad, si bien controlada medicamente, ha contribuido a moldear una personalidad tambaleante, insegura, humilde y modesta. No podía ser de otra manera.
Y aquí llega la segunda etapa, la de la ira. No puedo tragar la idea de que no soy una persona digna de respeto entre mis congéneres, me crispa el hecho de que haya personas a mi alrededor que piensen que soy un imbécil. Que mi estatus social sea equivalente al de un muñeco dummy. Que me vea totalmente impotente a la hora de luchar por mis ambiciones y mis intereses.
Tengo un mundo interior, una lucidez tan patente (al menos para mí), una consciencia tan demoledora... todo juega en mi contra... porque con la consciencia no se come ni se demuestra la valía y sí con la inteligencia, cuyo pilar fundamental es la
memoria, que es lo que me falla. He podido aprender como cualquier persona toda una serie de conocimientos técnicos, no tengo un sindrome de Down (soy consciente de mis limitaciones, lo cual es una tortura), poseo un raciocinio más o menos normal, pero cuando he de recuperar esa información, a veces la confundo, o no la rescato a tiempo, dando una malísima impresión, principalmente en casos críticos. Por ejemplo, hace unos años una chica pensó que no había estado nunca en Bilbao (cinco años) porque me pidió unos detalles sobre el puente de Portugalete que no pude recuperar a tiempo... pensó que era un mentiroso.
¡NEXT!
¿No es humano tener rabia de dar una imagen totalmente equivocada a los demás? ¿No es natural que una persona inteligente se enfade cuando es intervenida y manipulada como si fuese un niño de 3 años? ¿No es acaso comprensible que todo esto que trato de explicar en tan poco espacio (toda esta frustración) cause un grave caso de depresión que para los profesionales tan sólo es una distimia ligerita? Ese es el cuarto paso, aunque podría ser el tercero.
En mi caso, el cuarto punto, la negociación, es lo que falta y de lo que trato de hablar en este post. Debo, me va la vida en ello, ser más consciente de mis limitaciones y poder tolerarlas de manera no autocomplaciente sino con una ambición a medida, que me permita cumplir unas metas pero no otras. Y que no pase nada porque no llegue a esos para mí insalvables límites.
Si quiero llegar a la aceptación, tendré que tener clara mi misión en esta vida. Igual no es la misma que la de los demás. Tal vez, y ahora me dirijo a vosotros, el error sea que queréis lo que todos. Quizás deberíais aprender a deciros NO pero no con dolor, ni con amargura sino sabiendo que se puede cumplir una vida plena sin satisfacer todas las necesidades que se nos han planteado.
Sublimar las limitaciones es un logro que no es apto para todos los públicos. El personaje tímido que, gracias al tesón, el esfuerzo y la sobreexposición a estímulos dolorosos, termina convirtiéndose en una estrella del rock, en un seductor profesional o en un general del ejército, a esos los contamos con los dedos de las manos. Pero y el resto, ¿qué?.
Cada uno conoce sus vocaciones ocultas. A mi, por ejemplo, me gusta escribir, es evidente. Desempeño un trabajo oculto al público. He superado muchos desafíos pero al final uno se cansa de saltar siempre por debajo de la barra. Y por eso me planto. Desarrollar mi trabajo hasta cuando dure, fomentar mi segunda vocación, descubrir nuevas aficiones como la fotografía, viajar, leer, ver cine, pasear por el campo, jugar con el ordenador, tomar unas cervezas de vez en cuando en compañía de mis escasos amigos...
Tengo bastantes planes para hacer, muchos propósitos de enmienda y perfección. No voy a cumplirlos todos y uno de los más importantes, el que suele dar sentido a muchas personas, pues parece que ha de quedar relegado. Aceptar eso lleva mucho tiempo pero debe ser así. Por mi bien. Sufro mucho tratando de alcanzar algo que no está hecho para mí. ¿Es justo ese desvelo?
No puedo competir, lo veo día tras día. Así que recojo lo ganado y pienso disfrutar de lo que me pueda dar la vida. Cuando vea fotos de bebés sabré (siempre lo he sabido, de alguna manera) que precisamente una de las personas más aptas para dar cariño y comprensión en vez de golpes y malos tratos, a un hijo, se perderá para siempre esa oportunidad... como lágrimas en la lluvia (parafraseando a cierto personaje de ficción).
La aceptación de la muerte es la aceptación de una serie de pérdidas graduales (no sé donde lo leí) y, si esto es cierto, estoy preparándome para la muerte en un proceso natural y fluido. No es casualidad que haya tenido intentos de suicidio y creo saber cómo sucedió. Mi inteligencia, vulnerada pero relativamente intacta para sacar conclusiones lógicas, me brindó la solución de todo esto mucho tiempo atrás.
Yo ya sabía que no iba a poder tener descendencia. El cuerpo humano, habiendo aceptado esto, sabe de algún modo que el imperativo biológico no se va a ver cumplido y cae en barrena, produciéndose depresión, rechazo de nuestra imagen corporal, apatía y conductas suicidas. No es ninguna sorpresa si digo que el envejecimiento comienza justo cuando hemos tenido la oportunidad de procrear (en torno a la treintena ya ha habido MUCHAS posibilidades). Afortunadamente el ser humano es más que sus instintos y sobre todo a partir del siglo XX, que ha podido cruzar la barrera de la mortalidad y llegar a edades antes inconcebibles, lo cual muchas veces puede convertirse en una putada.
Mi desafío, e imagino que el de algunos (la mayoría sois jóvenes pero eventualmente llegará también) de los miembros de este foro, es el de conseguir pasar la madurez y la vejez en las mejores condiciones mentales y físicas posibles, asumiendo que voy a estar sólo. ¿Merece la pena? Si hago caso a mis células, sigo el ejemplo de Kurt Cobain. Sin embargo, he nacido en un entorno en el cual eso es, aparte de reprochable moralmente, totalmente inviable porque sé que mi familia me quiere y no puedo dejarles.
Espero no haber aburrido al personal con este monólogo pero tenía que compartir mis pensamientos con vosotros. Es una decisión importante y me tengo que autoconvencer de que hago lo correcto. De todas formas, uno siempre puede volver atrás aunque mi intención es "quemar los barcos" para cimentar una disciplina mental que me ayude a sobrevivir en este estado. No, debo estar seguro de que es una decisión irrevocable, aunque cueste.
El otoño, la carencia de luz solar, el frío... siempre pasa igual. Octubre es un mes inquietante y todo se junta para crear esa sensación única. La festividad de todos los santos o su sustituto cómico-festivo de Halloween no está ahí por nada. Surgen de manera espontánea en el hombre reflexiones sobre la propia mortalidad y sobre un sentido de trascendencia, ambos temas generalmente ocultados por el rumor del trasiego cotidiano pero en verdad son más reales que la vida misma.
Todos nos vamos a morir, es un hecho. Buen momento es para admitirlo y para replantear nuestras vidas en función de ese momento omega. Os animo no a deprimiros (esa no era mi intención) sino a pensar y a cuidar de los vivos. Los muertos ya no necesitan ayuda, aparte de oraciones, claro.
PD: a quién haya llegado hasta aquí, sin hacer trampas, le regalo un buñuelo, virtual, claro. ¡A vuestra salud!