No creo tener fobia social. Sin embargo, también dudo que mi desarrollo psicológico y mi estado mental actual puedan ser calificados como "normales". En muchos puntos, me siento bastante identificado con las personas de este foro.
Durante mis años de secundaria (de los doce a los quince) la vida se tornó difícil para mí. Comencé a sufrir acoso escolar debido a mi aspecto físico y, por este mismo mal, comenzó a costarme trabajo relacionarme con los demás y hacer amigos. Fue durante esta época cuando desarrollé una verdadera aversión hacia el ambiente académico.
En mis años de bachillerato (de los quince a los dieciocho) el bullying se recrudeció y también cambió. Ya no me hacían sentir mal por mi físico sino por mi personalidad: me había convertido en una persona tímida, retraída y pasiva a niveles patológicos; todos pasaban por encima de mí, todos tenían el poder de hacerme daño. Durante esta época caí en la depresión y empecé a sufrir de ataques de pánico nocturnos. Para añadir aún más problemática a la situación, también surgió en mi psique una especie de disforia de género: no estaba en paz con mi condición masculina; deseaba ser mujer. Recuerdo que durante el periodo más crítico de esta fase crítica mis episodios de terror nocturno se presentaban con una frecuencia diaria; la ansiedad —producto del maltrato psicológico al que me sometían en mi lugar de estudios— y la culpa —causada por creer que el no desear ser hombre era algo muy malo— no dejaban de atormentarme. Finalmente, para tratar de ponerle un alto a mi más que evidente decadencia, mis padres me llevaron con un psiquiatra. Comencé a mostrar cierta mejoría después de unos meses de antidepresivos y de muchas horas de introspección. El acoso escolar nunca dejó de ser una llaga, pero al menos se volvió tolerable, y poco a poco pude amistarme con algunos de mis compañeros de clase. Mis ataques de pánico menguaron hasta convertirse en un recuerdo amargo. Mi disforia de género desapareció cuando entendí que tras mi deseo de haber nacido mujer se ocultaba un rechazo hacia los roles que cada sexo debe desempeñar: no podía (ni puedo) asumir todo lo que implica "ser un hombre", sin embargo, tampoco estaba dispuesto a adoptar la mayor parte de la condición femenina, pues en ésta también había aspectos que me desagradaban o que me parecían muy limitantes; hoy ya no siento ninguna inconformidad hacia mi cuerpo —que la naturaleza me haya asignado un cromosoma “X” y uno “Y” no me molesta en absoluto—, aunque, al mismo tiempo, la virilidad significa muy poco para mí.
Han transcurrido tres años desde que ingresé a la universidad. A lo largo de prácticamente toda mi adolescencia luché para mantenerme a flote. Hoy me siento como un país que recién ha dejado atrás los horrores de una larga guerra: lo peor ya pasó, o al menos eso se espera; no obstante, el porvenir sigue siendo conflictivo y preocupante...
Soy un ser prácticamente incapaz de dar y recibir afecto. Mi vida amorosa nunca ha podido despegar y ha sido una fuente más de sinsabores. Por supuesto, carezco de experiencia sexual alguna. Estos factores, de alguna manera, me han hecho forjar una suerte de aversión hacia el contacto físico en general, las relaciones de pareja y el erotismo en todas sus formas. Tal rechazo me convierte, cada vez más, en una persona que desdeña una gran porción de su humanidad.
Los cambios en mi estado anímico también me alarman. En un solo día soy capaz de recorrer todo el espectro emocional. El desenfado, la euforia, la indiferencia absoluta, la furia y la desolación son mis visitantes más recurrentes y más propensos a expresarse desmesuradamente.
Por último, me gustaría hablar acerca de mi actual manera de interactuar con los otros. Poseo un círculo de amistades aceptable, conformado por ambos sexos. Desde mi infancia, tiendo a hablar demasiado rápido e incluso en ocasiones tartamudeo, pero a pesar de estos problemas de lenguaje soy perfectamente capaz de mostrarme extrovertido en la mayoría de las situaciones cotidianas o comunes que así lo exigen. Sin embargo, años de ofensas, menosprecios y humillaciones me han vuelto un individuo un tanto agresivo; más bien yo elegí la agresividad como un medio para evitar que el pasado se repita. La mayor parte del tiempo estoy a la defensiva y siempre que conozco a una persona espero lo peor de ella, sea quien sea. La mayor parte de las veces doy por hecho que desagrado en el momento de la primera impresión, y constantemente —a veces sin darme cuenta— busco la manera de ponerme por encima de los demás, hacerlos sentir inferiores, dañarlos antes de que me dañen. Es como si estuviera descargando todo el resentimiento y la impotencia que acumulé durante mi adolescencia; es como si estuviera vengándome. He desarrollado un carácter casi abrasivo que empeora con cada nueva mala experiencia. Cada vez me parece más sencillo ser irrespetuoso y cínico; cada vez me cuesta menos lastimar si consigo justificarme lo suficiente en los instantes previos. Estos aspectos de mi personalidad —no naturales sino adquiridos— me han hecho acreedor a la antipatía de un buen número de conocidos con los que convivo diariamente y, más importante, provocan que mis relaciones de amistad sean turbulentas, volátiles.
Ahora que me he expuesto, sólo resta decir que pienso acudir con un psicólogo. Francamente, no tengo esperanzas ciegas de que un profesional me ayude a resolver cabalmente mis problemas mentales; tampoco es algo que me angustie demasiado porque, al fin y al cabo, he aprendido a funcionar con todos mis complejos y tengo la convicción de que puedo ser feliz a pesar de que ellos me acompañen por el resto de mis días. Iniciaré psicoterapia por la simple necesidad de ser escuchado, deseo hablarle a alguien acerca de mí sin sentirme severamente juzgado. Es justo lo que estoy haciendo ahora, y es justo la razón por la que entré al foro: me describo para seguir adelante.