Curiosamente los insultos que más me han afectado son aquellos emitidos por mi interlocutor por mera estupidez, es decir, sin intención de dañar realmente, porque es como si escondieran una dolorosa verdad camuflada de broma. Sin embargo, cuando se me ha atacado con intenciones lacerantes, me he mantenido impertérrito, para no otorgar el placer de verme ofendido.
También hay que analizar qué significa realmente insultar, ya que, si considero verdad lo que me dicen no tengo por qué alterarme, y, si lo considero falso, tampoco. El problema surge cuando tienes la inseguridad de no saber si será cierto o no, lo que te crea un quebradero de cabeza bastante chungo.
No obstante, las cosas que más pueden doler, son aquellas que no puedes evitar y que sabes que van a condicionar tu futura felicidad aunque sepas que son ciertas, y, sobre todo, aquellas que ponen en duda tu honradez y otros valores supremos a los que puede aspirar un ser humano, máxime si te las arroja un ser querido.