"Oliver, Benji, los magos del balón, Benji, Oliver, sueños de campeón..."
Ivy danzaba alrededor de una enorme mesa cuadrada de madera oscura. Tras ella, o delante, según se quiera interpretar, su hermano hacía lo propio al ritmo de lo que la cinta de cassette infantil reproducía. "¡El fútbol es su pasión!"
Pero ella no podía disfrutar del todo ese momento. Era imposible no percatarse del enorme agujero que tenía su pantalón en la parte baja de su muslo derecho. No dejaba de preguntarse por qué. ¿Por qué una princesa lleva unos vulgares y masculinos pantalones rotos y no un elegante vestido de princesa? Al mismo tiempo, su conciencia le hacía saber lo estúpida que resultaba una actitud tan superficial. Pero una niña de seis años no termina de entender las injusticias. No termina de aceptarlas. Y ni siquiera es algo superficial, sólo es un simple deseo de niña.
-Eso no es importante, nada de eso importa. Tú no tienes derecho a llevar algo bonito, tú no, asúmelo, hay cosas peores.- Le decía su conciencia.
-Yo no... No, yo no. Yo soy de otro lugar. No soy una princesa. No tengo derecho. Vale
Patatas fritas con ketchup y mayonesa casera. Deliciosas.
La mezcla de aromas a alcohol, orines, tabaco y misteriosas hierbas envueltas en papel de fumar resultaba embriagadora y extrañamente agradable. Las estrechas calles medievales con sus húmedos pasadizos de piedra gris, iluminados por cálidas farolas góticas, mostraban un entorno mágico aquella noche. Todo se veía enorme y maravilloso. La gente parecía pasárselo en grande, exenta de toda preocupación. Ivy miraba a su alrededor embelesada. Una chica de piel blanca, pelo rojo sangre y atuendo de cuero negro, con actitud despreocupada y misteriosa, se subía a una robusta moto y se alejaba dejando tras de sí una estela de libertad en forma de humo tóxico.
-"¡Una princesa!"- pensó Ivy -"¡La Sirenita nocturna con ruedas por cola!"
Un joven se acercó a la niña y le preguntó: -¿Quieres uno?- mientras le mostraba un pequeño pajarillo asustado entre sus manos. Ivy se asustó (no se sabe muy bien por qué) y corrió hacia sus padres.
-¿Qué colgante te gusta más?
-¡Quiero el tucán!
-¡Hecho!
Ivy no se sentía cómoda frente a esa mujer que la miraba fijamente en silencio, como queriendo desentrañar sus pensamientos.
-Si fueses un animal, ¿Qué animal te gustaría ser?- Ivy dudó un momento pero no tardó en responder -Un águila.
-¿Por qué un águila?
-Porque parece libre, fuerte y solitaria.
Ivy ya era solitaria. Deseaba lo demás.
La psicóloga torció el gesto. -¿No prefieres ser un lobo? Tienen una gran manada.
-No.
-Muy bien Ivy. Nos vemos el martes que viene.
-Ivy, sal de ahí, no llores.
-No estoy ahí, estoy aquí. No estoy llorando. Y no quiero ir.
-Es lo mejor.
"¿Tengo que decapitar cuarenta sardinas, respirar el humo de cinco Habanos y suponer que esto es bueno para mí?"
Nadie puede ignorar la existencia de esa majestuosa mansión, rodeada por una extensa arboleda teñida de añil. Todo aquel que pasa tras sus rejas queda fascinado por la surrealista imagen. Pero la mansión de los árboles azu
