Y no es mucho. Ni siquiera tengo muy en claro el por qué de estar aquí, el móvil de mis palabras; pero, ya que estoy, intentaré bocetear (a duras penas, trastabillando, sí) mi situación.
Antes, y como les habrá pasado a muchos, yo no era así, sino todo lo contrario: disfrutaba ser el centro de atención, cosa que normalmente conseguía (y creo yo, a menos que por aquel entonces fuera lo suficientemente estúpida como para no darme cuenta, que caía bien), reía y hacía reír. Lo típico de una persona típica. Y, sin embargo, cumplidos los diecisiete y con el peso de un mundo de tragedias imaginario apabullándome el alma entera, me doy cuenta de que ya no soy esa persona. Cambié.
Las miradas, ya sea la de un íntimo conocido o los ojos perdidos de un viandante cualquiera que se fijó en mí de casualidad, son un suplicio; ya no puedo hablar en público sin caer presa de unas palpitaciones espantosas y siempre pareciera que acabo de salir de la ducha, porque la sudoración facial me es inevitable cuando estoy nerviosa. Y estoy nerviosa
todo el tiempo; no puedo luchar contra la taquicardia, contra el retorcimiento excesivo y sinsentido de las manos (es un gesto que me hace ver ciertamente idiota), contra el andar patoso que tengo cuando voy por la calle y empiezo a creer, sin motivo aparente, que todas las luces del mundo están sobre mí y todo aquel que me rodea es un juez licenciado en crueldad. La paso horrible, la paso mal, y extraño lo que era antes: me volví una persona cerrada, me aíslo cuanto puedo y, para qué mentir, soy un paria social. Hasta mi madre siente vergüenza de arrastrarme a reuniones que no puedo eludir.
Sé que no soy un encanto de persona (y me atrevería a decir que apunto más a ser la candidata ideal para todo lo contrario), y que si muchos no me hablan, más será porque no les hablo yo a ellos; pero, ¡no puedo! Se me hace un nudo en la garganta imposible de distender y que persiste hasta que vuelvo a estar sola, y como sé que, si intento decir algo, sólo serán idioteces que más tarde me harían sentir aun peor, cierro la boca. Corto y sencillo.
No sé si será fobia social, pero, si no lo es, entonces ciertamente desconozco su origen y su naturaleza. Lo único que sé es que llegué a los límites de la desesperación.
Sí, será trillado pero no hay otra forma de exteriorizarlo: ¿podría alguien darme algún consejo, alguna idea de cómo controlar esto? Porque dejar atrás mi cuarto (incluso me siento incómoda dentro de mi propia casa si sé que no soy la única adentro) me resulta pesadillezco, y ya no sé qué hacer.
Gracias por el tiempo y esas cosas.
P.D.: Bueno, no me presenté propiamente, pero me llamo Dani, soy nueva y eso. Mucho de divagar por el foro y poco de sentar raíces, pero, meh, aquí estoy.