Tengo 17 años. Disculpadme, pero es que tengo manía de escribir con mucha corrección, sin acortar nada, porque creo que así me entendéis mejor.
Como casi todos vosotros, no me cabe duda de que tengo fobia social. No soy capaz de averiguar con exactitud un punto determinado en el que se produjera un antes y un después de este trastorno. Pero lo cierto es que estos miedos irracionales fueron apareciendo progresivamente desde hace unos 3 años. Mi infancia (y hablo de mi vida hasta los 12-13 años) ha sido de lo más normal. Siempre he sido un chico tímido (como otra mucha gente, en grado normal), bastante inteligente (según mis profesoras) y también muy nervioso y enérgico. Siempre he tenido amigos, los del colegio. Ésos nunca fallaban. Lo que he hecho hasta los 12-13 años era lo típico de un chaval normal: me encantaba jugar al fútbol todas las tardes con mis compañeros en un parque cercano, me lo pasaba fenomenal cuando acudía al cumpleaños de algún amigo, siempre estábamos de risa, iba con mis padres a todas partes (y me gustaba mucho), etc... Ahora me doy cuenta de lo feliz que es uno cuando tiene esas edades.
Pero desde los 12-13 años comienza una etapa de transición, un proceso de cambio por el que todos pasamos. Uno se va haciendo adulto y es fundamental no sólo un correcto desarrollo físico y mental, sino consolidar una estructura (ahora os lo explico) en tu vida, que te garantice ser en el futuro una persona completa, formada, con una vida plena.
Esa estructura de la que hablo no es más que tener un grupo de amigos, aunque no vayas con un grupo fijo, pero al menos es tener cerca personas afines a ti, con las que hablar, pasarlo bien, convivir con ellos en definitiva. Consolidar esta estructura también comporta crear una personalidad fuerte, es decir, ir conociéndote a ti mismo (consecuencia de relacionarte con otros), y mirar hacia el futuro de forma seria, planteándote qué es lo que quieres hacer (en todos los sentidos).
Volviendo a mi caso, desde esos 12-13 años he ido poco a poco complicándome la vida. ¿Con esto qué quiero decir? Pues que he ido cada vez a peor, o sea, enfriando (que no perdiendo) relaciones de amistad, quedándome en casa, aburrido, o lo que es lo mismo: no iniciando una nueva etapa en las relaciones sociales. Porque no olvidemos que cuando te haces adolescente, la vida y las relaciones cambian. Ya no te conformas con ir al parque, o jugar a la consola, sino que te interesas por muchas más cosas, por ejemplo, te interesas por el otro sexo. A medida que se iba consolidando esta nueva forma de relacionarse, fui perdiendo esa estrecha relación que guardaba con los que años atrás eran grandes amigos míos. Todas mis relaciones se enfriaron. Por fortuna me quedaba el colegio. La verdad es que ir a clase hasta me gustaba, porque allí veía a todos mis compañeros y procuraba evadirme y divertirme en la medida de lo posible, compensando así esas carencias que tenía en cuanto a relaciones más allá de la puerta del colegio. Pero por mucho que hablábamos y reíamos en clase, ellos no contaban conmigo fuera del centro escolar para hacer nada. Hablo de los compañeros de clase, con los que me llevaba de maravilla. Digamos que al cerrarse la puerta del colegio, los amigos ya pasaban a ser meros conocidos. Tenían mi teléfono, pero ninguno me llamaba. Me sentía marginado, apartado, no sé, como si en realidad no les cayera bien o no les interesara lo más mínimo. Y yo, por resignación y también por la vergüenza de decirles “me voy contigo” con total descaro, pues no descolgaba el teléfono para nada.
Pasaba el tiempo y podían contarse con los dedos de una mano las veces que yo realizaba alguna actividad lúdica, las veces que hacía algo que realmente me gustase. Mis amigos seguían sin dar señales de vida más allá de clase y yo, renunciaba a la única alternativa que tenía para salir los sábados por la tarde: mis padres. La verdad es que tengo unos padres de lo más normal, unos padres sensatos, incluso modernos, viendo lo que hay en otras casas, pero me daba miedo ejercer mi derecho a ir con ellos con total libertad, por la vergüenza que me producía pensar en que podía cruzarme con un grupo de compañeros/as y asumir con ello que aún era un chiquillo (no como ellos/as) y que no tenía otras alternativas para salir los sábados. Esto me llevó a no hacer nada en sábado, ese día que tanto me gustaba de pequeño, cuando pasábamos la tarde en algún centro comercial o lugar parecido y yo me lo pasaba de cine porque siempre les convencía para que me llevaran a este sitio o a aquel otro. Resumiendo, que los compañeros iban creando esa estructura de la que hablábamos antes, y yo me iba abandonando. Es posible (no me atrevo a afirmarlo con rotundidad) que me sintiera rechazado, o sintiera que no gustaba demasiado a la gente de mi edad, en este caso los compañeros, si, a la hora de la verdad, ellos no contaban conmigo para ir a pasar un buen rato juntos.
Puede ser que eso desencadenara mi problema: un problema de desconfianza y de falta de autoestima, que fue agravándose a medida que crecía.
También descubrí, con el tiempo, que cada vez sentía más vergüenza al salir a la calle, al entrar a supermercados o al ser presentado a gente desconocida, cosa que no sucedía mucho, pues tampoco quedaba habitualmente con nadie. Especialmente llamativo me resultaba los nervios y la inseguridad extrema que sentía cuando había gente joven cerca. Hablo de gente de mi edad (más o menos) o un poquito mayor. No podía creer que al haber en un comercio o en cualquier lugar personas de mi generación (por así decirlo), yo sintiera auténtico miedo, una inseguridad exagerada y no precisamente porque me pudiesen robar o agredir, sino más bien por verme diferente (no sé por qué motivo) y tener el presentimiento de que yo era el centro de sus miradas y el principal tema de sus conversaciones en ese momento. Presuponía que me miraban con malos ojos y que se me notaba en la cara que estaba solo, que nadie me llamaba para proponerme nada y para colmo, que a mí me faltaba algo que todos ellos sí tenían. Y no sabía el qué. Sentía, además, que tenía que “dar la talla” y tratar de causarles una buena impresión, si es que se habían percatado de mi presencia.
También el otro sexo me asustaba. Cuando habían chicas cerca, lo mejor era marcharse. Tampoco hablaba con las de mi clase. Sentía la necesidad de intentar gustarles y parecerles agradable. Por eso no me acercaba a ellas y apenas hablaba con ninguna, pues me ponía rojo sólo con mirar a cualquiera de ellas. Todas estas inseguridades sólo se producían con gente de mi generación, en ningún caso con personas mucho mayores que yo. Lo cierto es que todo esto afectó seriamente a la imagen que yo construía de mí mismo (todos nos vemos de una manera) y yo me veía como un chico solitario, miedoso, inseguro y frágil.
Ahora tengo 17 años. Las cosas no han cambiado tanto, aunque quiero pensar que con el tiempo han mejorado algo. En el último año, se me han quedado grabadas varias imágenes que me cuesta borrar: una de ellas corresponde a un día en que fui solo a una tienda a cambiar un pantalón que me compró mi madre y sudé como nunca en mi vida. Me puse totalmente rojo y la gente me miraba. Lo pasé fatal y no he vuelto a entrar allí.
Otra imagen, la fugaz visita a la psicóloga, a petición de mi madre. Tan sólo acudí dos veces a una psicóloga, para que me ayudase, pues a partir de la tercera visita, mi madre se negó a acompañarme y no fui capaz de ir solo.
Una que no me perdono, y la mayor locura que he hecho por la fobia social: no salir ni un solo día durante las fiestas de mi ciudad. Alicante entera ocupaba las calles para festejar las Hogueras y yo me quedé solo en casa todos esos días por primera vez en mi vida, pues no quedé con nadie y me negué a ir con mis padres.
Otra imagen, ésta más positiva, mi llegada a un nuevo instituto para iniciar el bachillerato. Al principio, pasé vergüenza y sudaba constantemente, pero más o menos mis relaciones con la clase fueron estableciéndose y aunque no hablo con demasiadas personas de clase, al menos no tengo ese gran miedo del principio.
Y así estoy hoy. Mis miedos principales se basan en la gente de mi generación, de mi edad, que es con la que tengo que relacionarme principalmente. Cuando veo a chavales de 17 años en adelante, los veo como superiores, ya que doy por hecho que ellos sí que tienen una estructura consolidada y, por tanto, no tendrán problemas sociales en el futuro. Me siento mal si no los conozco, claro. Tampoco hablo con nadie sobre mis gustos y preferencias, no me muestro tal como soy y no me abro nunca del todo a los demás. De cuando en cuando quedo con algún amigo de mi antiguo colegio (aunque tengo pocas opciones) y vamos a jugar al baloncesto. Pero poco más. Me gustaría hacer cosas como ir al cine, para lo que no tengo “ofertas” o ir a algún centro comercial, a ver cosas, ir a la playa, a la piscina, etc... La verdad es que también me gustaría regresar a la consulta del psicólogo para que definitivamente me trate y me ayude, pero eso está lejos, porque tendría que decírselo a mis padres, que no se involucran mucho con el tema y además me da bastante corte contarle mis cosas a otra persona.
No obstante, no quiero verme así con 22, 25, 27 años de ninguna de las maneras. Yo tampoco creo que estoy tan mal, ni en una situación tan complicada como otros. A veces doy por hecho que con unos cuantos años más seré otra persona distinta, amparándome en esa frase de “la vida da muchas vueltas”, y quiero pensar que algún día tendré una “estructura consolidada”, que mencionábamos antes. Tendré amigos “fijos”, con los que contar para todo, y una pareja con la que compartir mi vida y vivir enamorado. Todo esto hoy está a años luz... ¿o no tan lejos? ¿Qué opináis sobre este último párrafo? ¿Pensáis de verdad que con 22 años, por ejemplo, las cosas pueden ser muy diferentes? ¿Es imprescindible que acuda al psicólogo? ¿Cómo tendría que empezar a contarle lo que me pasa? ¿Hay fobias sociales menos fuertes que otras?
