No me interesa para nada la navidad. No celebro nada, para mí el 25 de diciembre o el 31 de enero son días exactamente igual de normales que cualquier otro. No hay absolutamente nada que celebrar, ningún motivo para estar "felices" ni para felicitar a nadie.
Pero de alguna forma se nos obliga a participar de esta maldita fiesta impuesta. "Tenemos que" asistir a estúpidas comidas y cenas familiares. Tenemos que reir y demostrar "felicidad", aunque no tengamos ganas de reir y estemos pensando en atarnos una soga al cuello. Tenemos que soportar que cualquiera se nos acerque a decirnos "felicidades" y que espere que le digamos algo parecido. En Nochevieja, cómo no, parece que si uno no sale a hacer el imbécil con algún grupo de borregos, a eso que llaman "cotillones (me enorgullezco de no haber asistido nunca a uno), si no se come estúpidamente las doce "uvas de la suerte"
como todo el mundo y si no vuelve a casa a las tantas, es un apestado, un marginado, un loco sin amigos... alguien que debe de ser muy raro, debe de ocultar algo muy grave, debe de estar muy enfermo mentalmente como para quedarse en casa en Nochevieja.
Y así muchas otras imposiciones, porque no se me ocurre llamarlas de otro modo. Y si nos las cumplimos, corremos el peligro de que se nos haga sentir culpables por romper la tradición, de que se nos pidan justificaciones, de que se nos mire de manera rara.
Yo ni siquiera quiero salir de casa en estas malditas fechas, porque no tengo ganas de justificar ante nada ni nadie mi decisión de celebrar o no cualquiera de las payasas ya nombradas.
Lo que odio de estas fiestas, más allá de lo que son en si mismas, es que se obligue moralmente a celebrarlas a todo el mundo. No tenemos por qué entrar en el juego de la navidad si no queremos, pero la sociedad nos impone la participación de un modo u otro, y nos chantajea emocionalmente: si no participas, eres un loco, un marginado, un enfermo, un amargado, un hereje...
Así que no queda otra que refugiarse en un búnker durante estos días y esperar a que pasen, sin asomar el hocico a la calle para nada.