Hace unos días tomé esa foto, cuando subí a la terraza buscando un poco de consuelo a una congoja que me invadía por razones que se me escapaban. El aire de la noche era delicioso, sigue siendo para mí un misterio el por qué algunos vientos traen aromas tan magníficos unos días sí y otros no; si se debe a la humedad, a la temperatura, a la procedencia de las brisas... Pero suele suceder que salgo afuera y me entero que hay
aire delicioso ese día, así que intento absorber la mayor cantidad de aroma posible llenándome los pulmones con frenesí hasta marearme y desvanecer (ok, no tanto xd). En momentos como ese no puedo evitar figurarme el horror de perder el olfato, sólo por ejercitar ese dramatismo sin sentido que en parte me caracteriza. Ciertamente y por más que suene exagerado, me encuentro convencido de que disfrutar de esos "pequeños" placeres justifica plenamente el existir. Y también recuerdo cuánto extraño otros aires deliciosos, como el del mar... ¡Y tantos que no conozco todavía!
Y la imagen... No suele pasarme, quizá porque simplemente no suelo adoptar la predisposición necesaria, pero sucedió que me pareció bellísima aquella vista, tan cautivadora como sencilla. Las luces amarillas se veían así, tal cual las capturó la cámara gracias al ajuste del filtro correspondiente, eso era lo que más me agradaba.
¿Cómo hay belleza en todos lados, no? Y solamente tenía que subir unas escaleras para caer absorto en todo ese estímulo sensorial.
Por supuesto, la temperatura no era muy fría así que pasé un rato absorbiendo todo eso tan agradable y que resultaba tan inusual en mi día a día, llevándose el viento mi congoja y, las luces amarillas
danzando (en realidad no se movían, pero lo pseudopoético implica esta escasez de recursos) en la negrura, mi fatiga mental.