La enfermedad de mi mente es tal, que destruye todas las posibilidades de mi ser.
Es tan grave que anula las proyecciones, y muy seria porque es destructora de sueños e ilusiones.
La enfermedad de mi mente es un mundo obscuro y siniestro, que se aloja en lo más profundo y en lo más íntimo.
Es como una ciénaga en la que me veo sumergido.
La enfermedad de mi mente dicta su sentencia, tan irrevocable como perversa, según la cual mi apariencia resulta ser patética.
Exclama, austera: “Tu valía es la miseria”
Acostumbra ella extender su terrible manto de gris niebla, sobre la apenas concebida y jovial esperanza.
Cuestionadora de todo optimismo, apuntaladora de dudas.
Enarbola entusiasta la bandera, y golpea con fuerza el tambor.
A su vez, corea en alta voz: “Tú eres inferior”
Su aguijón es la comparación, su ponzoña la distorsión.
Posee el poder infernal de transformar el error en verdad.
La enfermedad de mi mente me dice: “Eres horrible”, cuando mis ojos lo niegan con razón.
Es una bestia salvaje que aún no conoció domador.
Ataca sin piedad, apuñala por la espalda.
Afila sus garras esperando la oportunidad.
Sus fauces destrozan todo esfuerzo, devoran con ímpetu todo intento.
Su nutriente vital son mis frustraciones y lamentos.
Se desconoce dónde fue forjada su coraza, más fuerte que el acero.
No se inmuta siquiera ante las afiladas lanzas del razonamiento.
Astuta como serpiente, esconde su cabeza cuando no le es propicio.
Pero cuando el pié está descalzo, hunde sin piedad sus dientes en el tobillo.
La enfermedad de mi mente es tan antigua como perversa.
Mis memorias apenas conocen lo que es su ausencia.
Algunos le llaman “baja autoestima”, esperando que así suene leve.
Yo sé de aquella caverna horrible y obscura, de aquella bestia terrible y siniestra.
Yo le llamo “la enfermedad de mi mente”, y hasta mi muerte he de seguir buscando su cura.
