Recuerdo perfectamente el momento en que me decidí por aquella mochila y no por otra. Tenía 11 años. 11 años...
Había mochilas azules, rosas, verdes, moradas, con estampados de flores, de muñecos, tribales, lisas, de rayas... Todas tenían un aspecto realmente llamativo y a su vez, una triste simplicidad de compartimentos que en el mejor de los casos contaba con el saco principal, un bolsillo más pequeño para guardar estuches o libretas y otro de fondo plano para guardar... ¿Tarjetas, quizás?
Sabía que tenía que elegir una (por obligación), pero ninguna conseguía atraer lo más mínimo mi deseo de hacerlo. Demasiado llamativas, demasiado grandes, demasiado pequeñas, ruedas, demasiado cursis, demasiado deportivas, demasiado infantiles... Y entonces, alcé la vista hacia un elevadisimo y apartado estante situado en una esquina de la modesta tienda. La vi e inmediatamente supe que era para mí, que la persona que diseñó esa mochila lo hizo usando mi alma como referente. Nunca tardo más de tres segundos en advertir que algo o alguien va a formar parte de mí por un tiempo (o por toda la eternidad, pero no me atrevo a aventurar tanto).
Era negra. Muy negra. Absolutamente negra a excepción de las discretísimas y finas letras blancas que conformaban el nombre de la marca.
De forma rectangular, pero sin vértices agresivos. Tenía un elegante pero informal cierre de correas protegiendo el compartimento principal: un espacioso saco (con cierre de cuerdas, como buen saco) partido en dos. El cierre de correas contaba con el típico bolsillo tarjetero, pero mucho más amplio de lo que cabe esperar; y debajo de este, en la parte inferior de la mochila, un generoso bolsillo para estuches y demás enseres del tamaño.
Los dos detalles que terminaban de hacerla perfecta eran, por un lado, su parte interior maravillosamente acolchada para no clavarte los libros en la espalda y por otro, su bolsillo lateral con salida para cascos en forma de agujero. Sencillamente sublime, toda ella. Y negra. Sobria y discreta, funcional y llena de secretos. Perfecta. Era mi mochila... Lo fue durante toda la secundaria. Después, mucho después, desapareció. Pero no importa, ya cumplió su cometido. Ya formó parte de mí por el tiempo que debía hacerlo. Gracias por todo.