La dendrita feliz no sabía quien era, ni de donde venia, ni a donde iba. La isla constituía su universo conocido y su estado para ella era el perfecto. Sin dualidad no se conoce la muerte, no hay tensión, no hay miedo.
Sin ninguna voluntad para actuar, la dendrita para salir de su ilusorio aislamiento necesito del “azar”: quiso “la casualidad” que un axón tan perdido como ella la rozara y diminutas descargas eléctricas crearan en un principio simples redes de comunicación que se fueron complicando, hasta que un sofisticado sistema nervioso comenzó a relacionares con el mundo.
Salió de la isla y estableció contacto con otros personajes internos y externos. Conoció entonces la tensión, la muerte y por tanto el miedo, pero al mismo tiempo supo que en el estar viva se encontraba el mayor motivo de felicidad.