No hay nada que haga olvidarme de la especie humana más y mejor que observar las estrellas. Y si es en una playa o en un paisaje desértico, mejor (me encantan los desiertos). Cuando las miro, siento pena de mí mismo, por obsesionarme con problemas mundanos, y me pongo a pensar en mis seres queridos y en el tiempo que he dejado escapar. No me canso, me puedo tirar horas mirándolas. Me renueva, y me reconcilia conmigo mismo y con las alimañas que me encuentro por la vida. Desde que vi un mapa del cielo en un libro por casualidad, cuando era pequeño, quise identificar las constelaciones, planetas, nebulosas, galaxias, etc. y ver que realmente existían tal cual, emocionándome al encontrarlas. Los Caballeros del Zodíaco también contribuyeron. Cuando empecé a sentir las hormonas de la pubertad soñaba que mi primer amor estaría en la constelación de Orión, ya que es la más bonita y brillante. Me llama la atención la poca afición que tiene la gente por la astronomía. Quizá piensen que es algo poco real, cuando realmente es lo más real que hay (qué cacofonía), gracias a lo cual nosotros existimos. La estupidez humana nos hace pensar que están ahí de adorno, para hacernos más romántica la noche, y no nos damos cuenta de que les debemos la vida. A veces me crea una enorme frustración no poder escapar del planeta en el que estoy confinado y largarme a ver si encuentro el planeta de los tímidos en alguna otra estrella, donde los extravertidos y charlatanes sean los raros, y su foro sea el de “Filia Social”.