La naturaleza no busca que machos y hembras compitan, luchen o se enfrenten entre sí sino que se reúnan, cooperen y aúnen fuerzas por una causa o bien superior: la procreación y en consecuencia la supervivencia de la especie.
Machos y hembras no son iguales en ninguna especie y evidentemente el ser humano no es la excepción. Precisamente son esas diferencias las que hacen posible que la vida continúe.
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