Últimamente para ahorrar dinero, en vez de ir a trabajar en coche, voy en el autobús que nos ponen, porque el recinto del curro está en medio de la nada, lejos de todo. Además es un lugar donde los sueldos son modestos, incluido el mío.
Subido en él y observando a sus pasajeros, se me hace más patente una sensación que, con la autonomía que me ofrece el coche, pasa más desapercibida: la de formar parte de un rebaño. Hombres en la madurez laboral, indistinguibles entre sí, con expresión de resignación, y por qué no decirlo, de derrota. Cabezas tambaleantes al compás de las curvas y de los baches, miradas perdidas y silencio de asunción.
No es que sean viejos, sino que están en esa edad (y yo me voy acercando) donde ninguna maniobra hará posible ya un cambio en la ruta. Son personas desengañadas que se incorporaron al mundo laboral a tiernas edades (no como yo), con muchas horas de trabajo a sus espaldas, que se nota en sus aires demacrados.
Probablemente todos tengan hijos, y su única finalidad ya sea vivir para ellos, pensar en el próximo partido de fútbol o ir planeando la jubilación. Todos con aspecto, movimientos y conversaciones parecidas, vencidos por la inercia. Hombres con ceniza por dentro que parece que aceptaran que, llegado un momento, su vida valiera menos que la de los jóvenes (ya sabemos que la juventud está sobrevalorada, pero esa es otra historia).
No les culpo por la influencia negativa que ejercen sobre mí, porque sé que en el fondo son inocuos, y muchos de ellos, inocentes. Quizá no tuvieron otra oportunidad; vivieron todo lo que esperaban vivir y eso les produce calma. O tal vez la vida ya les puso en su sitio, como me pondrá a mí. La incomodidad que me produce estar con ellos en el autobús se debe a que, de algún modo, me hacen recordar que tengo lo que me merezco y que estoy pasando, sin darme cuenta, a través de ese aro que nos convierte a todos en el mismo formato…
Pero yo no me quiero ver así. Me pregunto si la no resignación es síntoma de frescura o más bien de inmadurez. Quizá la rebeldía no me libre de ser uno de ellos; quizá ya sea uno de ellos…
Aunque nunca he tenido una hoguera decente por dentro, lo que sí sé es que en mi interior todavía quedan unas brasas, donde mi tardía incorporación al mundo laboral, debido a la fobia social, ha tenido mucho que ver. Espero que esos rescoldos tarden en apagarse para seguir dando algo de colorido a mi silueta dentro de ese sombrío autobús…