Hola,
Soy de los que no saben si tienen fobía social o no. Uno de los motivos por los que no lo sé es porque me aterra acudir a un médico y exponer mi situación. Cada vez que he pedido cita con un psiquiatra la he anulado en el último momento. Bueno, cada vez no, la única vez en que mi situación fue más que crítica. Creo que eso ya es un símptoma.
La primera vez que oí hablar de la FS fue a principios de verano. Después de un invierno encerrado en casa evitando el mundo exterior, es decir, sin trabajar, sin salir con los amigos, sin contestar al teléfono y rehuyendo las visitas, creí que era el momento de tomar una decisión, y esa decisión fue la de leer todos los libros de la sección psicología de la biblioteca. No me ayudaba ninguno, ni me veía reflejado en ninguno. Hasta que le toco el turno al de la Fobia Social. Aunque no me identificaba al cien por cien con ninguno de los casos clínicos expuestos y aunque sabía que mi situación no revestía la gravedad de los transtornos allí descritos no podía dejar de exclamarme a cada página: ¡ese soy yo! o ¡ese he sido yo!
Hoy he decidido buscar en internet y me ha salido este foro en primer lugar. No me lo he pensado. Intento actuar como un autómata en estas circunstancias, y me funciona bastante bien para ir tirando. He sufrido el escollo de escoger un apodo, una contraseña, de dar una dirección de correo. Todo eso es presentarse, todo eso es relacionarse... pero da igual, da igual... adelante.
Me he puesto ante este cuadrado blanco y tras tres cigarros he empezado a escribir. Me he dicho a mi mismo lo de siempre: tu hazlo como si escribieras en una pantalla que no te tiene que responder. Y las palabras están saliendo a borbotones, como véis.
Ahora tengo treinta y tres años y si pienso cuándo empezó mi conducta de evitación social me encuentro con mis primeros recuerdos en el parvulario negándome a compartir mesa, juegos y recreo. Me veo escondido debajo de los bancos para no tener que salir al patio y relacionarme con otros niños en una situación no controlada por la maestra. Seguramente la descripción que hago de ese momento está influída por quien soy yo ahora y todo lo que he vivido, pero el hecho desnudo es ese: yo, no queriendo salir del espacio controlado del aula.
Desde entonces hasta ahora, pues bueno, estoy lo que se dice trampeando con más o menos éxito.
A pesar de todo lo que me ha sucedido y de lo que opinan los demás (ese gran tema) me considero un tipo con suerte, optimista y nada dado a las depresiones. Eso lo confirman los amigos que me quieren bien y que me conocen, hasta allí dónde podemos conocernos, y algún que otro especialista en medicinas alternativas a quien consulté vagamente este verano: me admiran por mi fortaleza, por mi clara visión de los hechos y suelen concluir el comentario con que yo estoy en el buen camino para solucionarlo.
A mi esto no me ayuda para nada. Una de las frases del libro sobre la FS que mejor ha quedado gravada en mi cabecita ha sido la de que este transtorno o bien se agrava definitivamente pasados los treinta o se soluciona. Yo, vistas mis dos decadas anteriores, creo que esta, la de los treinta, es la de la solución.
Ahora mismo estoy a punto de salir para Barcelona para una cita con unos amigos a los que no veo desde hace cinco y tres años. No los he llamado en todo este tiempo, ni les he escrito. El encuentro lo ha propiciado una buena amiga con la que he superado despúes de mucho esfuerzo el miedo a la comunicación telefónica. Yo todavía no he sido capaz de llamar a los demás para detallar cómo y cuándo vamos a quedar. Como siempre he delegado esas tareas en un álma cándida que me protege. Sé cómo voy a actuar: voy a ser el muchacho alegre y extrovertido que se enfrenta a su vida con desparpajo. Sé la factura que voy a pagar: por ahora ya llevo una semana de fumar compulsivamente, de imaginar mil situaciones conflictivas que puedan surgir, todo un catálogo de diálogos con preguntas y respuestas amañadas. En definitiva, ya casi que no soy yo quien va a Barcelona, sino el apaño de mi mismo que he confeccionado en las últimas horas, acompañado, claro está, de la psoriasis que galopa furibunda en mi zona lumbar.
Bueno, creo que después de informar de mis primeros recuerdos y de los últimos, ha llegado el momento de describir sucintamente en que situación me encuentro:
No trabajo.
No envio curriculums porque me averguenzo de mi mismo. O envio curriculums que corto y recorto para asegurarme que acabaran en la papelera sin casi ser leídos.
Me llaman a casa para trabajar en puestos de responsabilidad y los rechazo. (Ya lo dije, me considero un tipo con suerte, ¡encima me llaman a casa para ofrecer buenos trabajos!)
Salgo de casa lo mínimo que puedo
Mantengo con mucho esfuerzo dos amistades, una por teléfono, otra por mail.
Los otros encuentros con verdaderos amigos los vivo como un asalto, como una batalla.
Contesto al teléfono en contadas ocasiones. Pero este es un gran avance. Hace un par de años no lo contestaba en abosulto.
Tengo unas relaciones familiares aceptables, visto lo que se da en las familias: soy el raro, y así se acepta, el de buen corazón, el hueso duro de roer, pero bueno al fin y al cabo.
Hago simulacros de entablar nuevas relaciones via internet que siempre corto cuando se propone una quedar.
Me he puesto tal coraza para evitar la realidad que ya casi no la siento nunca en presente. Solo en futuro o en pasado. Todo muy remozado para evitarme al máximo los sarpullidos.
Y un largo etcétera.
No sé si esto es FS o no. Lo que está claro es que no es la vida que me gustaría llevar. No es la vida que fácilmente podría llevar si sencillamente no me produjera pavor encontrarme frente a frente con conocidos y desconocidos.
He trabajado de profesor, he dado alguna que otra charla ante más de doscientas personas, he sido artista de performances con público numeroso, he viajado por el mundo y he conocido a multitud de gente, he sido elogiado casi siempre en mi profesión.
A todas luces soy un tipo adorable con muchas aptitudes.
Entonces qué hago encerrado en mi casa cerrándole la puerta en las narices a la vida?
Ahora voy a enviar esta presentación y voy a cerrar el ordenador para enfrentarme a una verdadera situación social. Voy a estar dándole vueltas a esto todo el día: qué he dicho, qué no he dicho, cómo lo he dicho, cómo podría haberlo dicho... Cómo si por el hecho de haber escrito estas palabras quien las leyera me pudiera mirar a los ojos y considerarme un sinverguenza inadaptado.
Pero voy a sonreir. No será una sonrisa fingida. Tampoco será una sonrisa de bienestar. Será la sonrisa de: bueno, es así, puedo ponerme triste o puedo sonreir. A estas alturas prefiero lo segundo.
Gracias por leer hasta aquí.