Uys es que a mi me encanta mirar mi realidad cómo me conviene, para que me guste y ser feliz. No veo otro camino cuando las cosas no son tan ideales cómo a una le gustaría.
Estoy con el amigo Drizz que lo que nos hace feliz no es tener una casa ni una pareja, sino creernos chachi piruli por lo bien que transformamos nuestra materialista realidad en imagenes mentales en las que sí podemos reconocernos y estar a gusto. Es un ejercicio personal ya sé igual hago mal en exponerlo al público. Pero es escribiendo para otros y cuando te dejas ver cuando esta imagen tiene más consistencia.
Y el que no sepa hacerlo y le de envidia, que mire para otro lado ... (lo digo tb siendo honesta y sin que sirva de precedente)
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Hablar, escribir, leer esas cosas no es en balde.
Puede hacernos llegar, por lo menos, a amar en otro lugar: amar el lenguaje, el habla. Y en tiempos de internet no es poca cosa. Amar las palabras. Amarlas. Es decir, saber algo más de ellas. Tener por ellas algo más que curiosidad. Párense a oír el lenguaje de las palabras. No crean que el amor por otras cosas se diferencia mucho de eso. Mírenlas con cariño. Averigüen quiénes fueron sus padres, sus abuelos. Qué historias arrastran. Cómo se emparejaron con otras lenguas. Cómo con ellas se artículo el arte que las combina, que juega con sus posibilidades. Vean hasta qué punto son necesarias pues muchas veces sirven de andamio para algo tan extraordinario como es la música.
¿Se pararon a pensar lo extraordinaria que es la música?
Sí, ya sé, la tienen accesible, normalizada, asépticamente filtrada, clorada y esterilizada; sólo así se entiende la existencia de un Bisbal o un Julio Iglesias, muy obedientes ellos a lo que no es música.. Párense a pensar un poco qué es eso de la música. ¿Cómo no amar algo tan bello?
Pero recuperemos el inicio de todo esto.
El amor es el encuentro de dos incógnitas que suele narrarse en un marco: el tiempo, el lugar y la palabra dicha (si quieren, añadan: y oportuna. Lo digo porque algunos son muy torpes o muy infatuados en su habla y lo estropean todo en el primer intento).
¿Qué pasa después? Digamos, aparte de hablar.
Suele pasar que con el tiempo, la perspectiva desde donde veíamos al otro se va reduciendo, va focalizando mejor el objetivo, y resulta que donde hubo un torrente de incógnitas, va emergiendo lo peor de ellas. Empezando por ese velo en los ojos que nos permitió ver con exactitud y claridad la persona esperada y ahora se levanta para ver mejor lo que tendrían que sellar los párpados:
¡Oh, no es él! ¡Oh, no es ella!
Y esa incógnita, pasado el tiempo, camina hacia lo peor: querer saber por qué esa persona y no otra. Vuelta a empezar: fortalecimiento de las defensas, de los ataques, de los malestares, de las incompletudes, etc., y, paralelamente, la creciente hostilidad hacia aquel ser extraño que nos impide vivir solos. O sea, en vez de agradecérselo, todo lo contrario. Y volver a empezar de empezar: a buscar un nuevo encuentro, un poquito diferente, eso sí, para que parezca nuevo cuando en realidad no es más que una repetición del anterior.
Verán que se produce un proceso que va desde el encumbramiento del otro otorgándole más atributos de los que él quisiera hasta la devastación de ese mismo otro. Y todo, a veces, no queda ahí. Se quiere más. No sólo devastar a quien nos permitió ser idiotas y felices sino devastar también la historia de todo eso.
Por eso me gustaría citar algo de la fidelidad. Sobre todo ahora en que otra de las zanahorias de lo que llaman nuevo capitalismo (cuando es más viejo que la tos) insiste en un concepto imposible de digerir, ni siquiera filológicamente contemplado pero admitido con una normalidad alarmante, como es el de "fidelización". Un concepto tan absurdo como el de la "personalización", es decir: clonar a los consumidores mediante el slogan "sé tu mismo". La fidelidad, perdónenme el atrevimiento, es voluntaria, subjetiva, libre, personal, intransferible. No me extiendo para que no acaben deduciendo lo que ya sospechan: que soy víctima del barroquismo valenciano, de ciertos excesos verborreicos. ¿Cómo, entonces, se puede otorgar nadie el poder hacer fiel a nadie? ¿Cómo, para que me entiendan mejor, piensan que con una tarjeta monetaria van a fidelizar al cliente? Esa relación es viciosa, en el peor sentido de la palabra. Con esa tarjeta no se hace fiel a nadie, se le hace esclavo, que, eso sí, es uno de los espejismos del amor.
La fidelidad, si me siguen con la misma condescendencia como hasta ahora, es otra cosa
No hagamos más elegías ni más romanticismo. Digamos: aún en el peor de los casos, la fidelidad es...a uno mismo, con lo cual citamos a otro poeta: Dylan Thomas.
Sé fiel a ti mismo. Será más fácil ser fiel al otro
Ahora bien, falta saber si ese otro, puede hacerse cargo de tamaña carga. Y, a juzgar por los tiempos que corren, que yo resumiría precipitadamente en una característica, a saber, la pasión de ignorancia, puede pasar que ese otro no quiera saber nada del compromiso al que es convocado.
Y cómo hace falta, la función del “amorólogo” está en la televisión o en internet, en dónde se ha creado un espejismo de que se está hablando del amor. Pero de lo que se está hablando es de una obscenidad terrible que es hablar de, o aprovecharse de las incógnitas de la gente para hacer de eso espectáculo. Pero no cabe duda de que la gente, si es verdad que eso es la "audiencia", existe para ver esas cosas. Luego, creo que por ahí se está cubriendo algo de la falta de "amorología" en todos los colectivos.
Bueno pues habíamos quedado en
que el amor sí hay que mirarlo desde la creación y desde la invención.
Muchos piensan, Harold Bloom por ejemplo, pero no estoy de acuerdo en que ya estaba todo inventado, prácticamente, desde Shakespeare. Hablan de la falta de creación, en la medida en que las piezas del ajedrez están colocadas y las reglas son las que son, como, si quieren, nuestras vidas: está todo colocado ahí. Pero cada jugada, incluso cada inicio de partida, puede determinar diferentemente las demás jugadas... y para mi la creación es eso.
Pero en definitiva, qué diferencia puede haber entre creación e invención. La creación ya podría ser invención?
Si acaso..., para salirme por la tangente, diría que se diferencia en que todas las invenciones han hecho lo que la ciencia le niega: dejar actuar al sujeto.
La ciencia dice: para que eso sea verdad, sea científico, tiene que reproducirse en laboratorio, etc.
Pero no, porque realmente la historia de la ciencia es una historia de casualidades; sí, hay un trabajo continuo, pero de repente Madame Curie se encuentra con el polonio, o Volta con el filamento para la bombilla, de casualidad.
En esos ejemplos es donde creo que podríamos situar el campo de las invenciones. Pero a pesar de eso, en estos momentos me cuesta pensar la diferencia entre invención y creación.
Así que el amor, no sólo desde el punto de vista subjetivo es una creación, sino desde el social. Porque cuando se habla de que amor cortés es un producto del siglo XIV, o es una producción literaria.Así cada época tiene sus modos de amor o de relación entre las incógnitas. Pero en la sociedad actual no hay propiamente un discurso sobre el amor que tenga que ver con el posmodernismo, con el mundo global, con este capitalismo actual.
Lo único que parece cierto es que se contagia, cómo todo lo actual, del cientifismo. Se hablaba de tiempo y de resultados: de si enamorarse da mucho trabajo o no de si es rentable o no lo es.
Pero en la Historia acerca del amor, pocas diferencias. Hay quien dice que el amor cortés, que las cruzadas, todo fue un invento, no en el amor, sino al contrario un gran invento de los hombres para escapar de sus esposas. Pero no, fue un gran invento. Se corría poco riesgo porque en la medida en que en el amor cortés la amada es imposible -con lo cual se ajusta perfectamente a lo que puede ser la estructura de un varón- entonces genial!, no se pone en riesgo nada.
Porque lo que pasa es que
el amor pone en riesgo una cosa que nombraré con el vocablo de moda: la autoestima, el reforzamiento de la autoestima.
Todas esas cosas, ya saben, ese ejército de psicólogos que van cuando...eh?...como antes iban los curas cuando hay una hecatombe......yo estoy asombrada, siempre me pregunto ¿pero qué función está cumpliendo toda esta gente? Bueno, pues lo que pasa ahí es que hay un punto que poca gente está dispuesta a arriesgar, a compartir con otro las faltas, lo que de verdad uno es, no lo que se cree que es, sino lo que es ( y a eso los psicólogos ayudan) : que uno tiene ganas de que le abracen, de que le toquen la manita, de ir con alguien, de estar calentito...ea!, de que un día entra en esa casa y se encuentre que le han hecho unas patatitas muy bien hechas. Oiga, pues entre en esa casa y dígale: "gracias", que no cuesta nada.
La autoestima incólume me parece dificilísima y más en estos tiempos que corren, pues conceptos que yo he conocido, por ejemplo el de la solidaridad, han desaparecido. Yo, al menos, estoy encantada de haber vivido, por razones de mi edad, la solidaridad , ejemplos en política, en el núcleo familiar, pues siempre hay un tío raro, un abuelo extraño, en fin eso crea un campo, una burbuja donde poder acogerse a algo. Esto ha desaparecido y hay una querencia por ello muy grave.
Bueno y están tambien, los otros amores. No se equivoquen, no se trata del bolero cómo amar a dos mujeres y no estar loco. Porque el bolero tiene razón. Son otros amores.
Por ejemplo, si uno es amado. Cuidado, entonces. Si uno es amado, es muy probable que se transforme en amante. Es esa curiosa y maravillosa metáfora del amor: el amado deviene amante.
También está el amor paterno, incluyendo en ese genérico a la madre. Es más, incluyéndola con esa boca grande de cocodrilo que conocimos desde que nacimos. El amor de madre. Cuídense de él con tino. Aprendan a guardar la distancia conveniente. Recuerden esta frase: hay amores que matan. Un exceso de amor puede llegar tan lejos que intente cubrir nuestra falta en ser. Entonces ha de sonar la señal de alarma. Hay que decir, como los clásicos castellanos: déjame en paz, amor tirano. Si llegan a hacernos creer que satisfacen todas nuestras demandas, ¿qué demandaremos nosotros? ¿Qué nos quedará por anhelar?
Ese exceso de amor volverá un día con otro pasaporte: el del altruista. Librémonos de él con mayor tino. Estamos rodeados de altruistas. Ejércitos que quieren nuestro bien. A veces no tienen bastante y se reúnen en algo que ahora llaman ONGs. Miren qué peligrosos son: arrebataron a la larga historia del movimiento obrero, historia que tanta sangre costó, la insistencia en reclamar lo robado por la plusvalía. El Estado ha decidido que son más baratos de mantener que las consecuencias de la lucha de clases. De ahí, las subvenciones. Volvemos a lo de antes: resultados.
Y está el amor extraño. Ese que nace porque no se sabe por qué. Ese que nos provoca un funcionario en una ventanilla que un día no nos trató mal. O ese médico que nos atendió más tiempo del que disponía por el aparato de la Seguridad Social. O ese que se paró dos minutos para escucharnos. Otra vez los poetas dijeron la suya. Si recuerdan la canción de Georges Brassens, "L'Auvergnat", sabrán de qué hablo. Es de ese amor que nos nace porque nos dieron nada con forma de algo que no habíamos pedido explícitamente.
Vayamos resumiendo: el amor por los arraigos, por la memoria que de ellos tenemos (no es lo mismo), por las vivencias, por su traducción (no es lo mismo) por el otro o el mismo sexo (no es lo mismo), por las palabras, por la lengua (no es lo mismo), por el amigo, por la música, por un gesto, por un signo, por quien nos escucha y no hace de eso una canallada, por el sostén que nos sostendrá en cada momento real, es decir: en cada momento en que la soledad deviene solitud.
Eso del amor está muy distribuido, ¿no creen? Y eso que en todo momento eludí ese hermano gemelo y también incógnito que es el odio. Pero creo que ya se habló de ese odio a si mismo que no puede soportar su incompletud, su necesidad de otro, y le devuelve más odio, a veces peor: violencia. Maltrato.
Muy distribuido eso del amor, muy disperso, y sin embargo nos hacen creer que es una cuestión muy focalizada. Tanto que hasta hay asesores matrimoniales y sexólogos. Los hay porque vivimos en un tiempo virtual en que se quiere resultados. Aunque los resultados acaben en esa impotencia que es comprobar la imposibilidad de las recetas universales. En la medida en que focalicemos la cuestión, o sea, la reduzcamos, podremos servir mejor a los fines de algo que nos reduce a ser esclavos y, por ende, obedientes, aterrados ante la anormalidad con la que nos autodiagnosticamos (¿Por qué no soy feliz, si todo el mundo lo es?), salvados.
Salvados, en el sentido empleado por Benedetti en "No te salves".
El atajo de la salvación..
Pero ya dicen los cubanos, y de eso saben mucho: "Óigame, Compay, no deje el camino por coger la vereda".
¿El atajo de qué? Precisamente el atajo hacia algo que no acabó de leerse bien en Freud: el atajo que recomienda la pulsión de muerte. La calma. El descanso. El silencio. La esperanza de volver a un paraíso perdido que, en realidad, nunca existió.
Y traicionar, con ello, el paraíso particular que construimos con nuestros actos cada día. El paraíso que estamos dispuestos a compartir con otro al que amamos.
Si es que se deja, por cierto.