El suicida es un enemigo de su vida porque considera que la vida no es suya: alguien no se la ha dado, y en su lugar le ha metido en el cuerpo la vida de otro. Ha fallado la madre, el padre y los abuelos. No es que el suicida quiera eliminarse a sí mismo, sino a alguien o algo que lo invade. Destruyendo a su cuerpo comete un crimen porque, en último momento, en la verdad de la agonía, se da cuenta que ha destruido a su verdadero espíritu: ha matado a un niño. El suicida sufre porque sabe que , siendo el cáliz de una Conciencia divina, nadie en su árbol genealógico ha sabido reconocerlo. Ha crecido entre ciegos… Su forma de suicidio, mostrará la naturaleza aparente del conflicto: si se da un tiro en la cabeza, proclama que su padre lo ha destruido con sus conceptos rígidos. Si se ahorca, la cuerda asesina es el cordón umbilical de su madre, que lo odió desde el momento que apareció en sus entrañas y luego, ya nacido, por culpabilidad, lo ahogó con sus esforzados mimos. Si se lanzó de un alto edificio y se estrelló contra el suelo, manifiesta que no pudo soportar el odio entre su padre (edificio-falo) y su madre (tierra reprimida): revienta clamando por una unión de su Sol y su Luna, símbolos de los padres cósmicos. Si tragó píldoras nocivas, es que de boca de su madre escuchó demasiadas palabras de odio y sufrimiento. Si lo atropella un tren o un poderoso vehículo, denuncia que los preceptos anquilosados de sus abuelos le impedían gozar de la vida. Si se ahorca dentro de un armario, revela que está fatigado de los impulsos sexuales que le avergüenzan. Si se degüella, si se da un tiro en la boca, encuentra la forma de expresar todo lo que calló durante su vida, impidiéndose de este modo maldecir a quienes abusaron de él. Si se prende fuego lamenta el abandono de su padre, al que ve como Dios. Si se ahoga en el mar, expresa el deseo de regresar al vientre materno para ser parido en una forma correcta, con amor y no con rechazo…
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