Al final, decidí dar una oportunidad de reconciliarme con una antigua amiga. Mis sensaciones son bastante encontradas, pero prevalece un estado de cierto desasosiego. Creo que me he vuelto a equivocar
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La chica se ha comportado bastante bien conmigo y, en ningún momento, abrigué la amenaza o doblez por su parte. Al contrario, me encontré con una persona decaída, hundida, casi destrozada por la adversidad. Le dije que mejor no se disculpara, era agua pasada. Sufre una situación violenta en su trabajo y ello le está amargando la existencia. Como tengo cierta experiencia en ese asunto traté de escucharle con el máximo de empatía que pude – algo que había hecho desaparecer de mi vida diaria – y le comenté qué haría en su lugar: abandonar el trabajo y denunciar.
De repente, veo cómo ella muestra una sonrisa. Me dice algunas cosas que me ruborizan, concluyendo con un lacónico agradecimiento. Tengo ocasión de poder desnudar mi condición de asexual ante una persona, en teoría, “normal”. ¡Por fin puedo explicarme! Pero, ¿he querido dar explicaciones?
Estoy confundido; quizás, la razón del cambio venga de la propia dinámica siniestra que tienen las vivencias. Cuando te ves en el foso, lo comprendes todo, incluso lo que te niegas a aceptar. Aquella persona me ofrecía una amistad auténtica, sin velos, ni falsedades. Reconocerme, tal y como soy.
Esta descripción, ¿cómo suena?, ¿Música melodiosa? Para mí, turbadora. En un momento, me preguntaba qué estaba haciendo yo allí, por qué no me iba. Un plano demasiado íntimo, demasiado candoroso, demasiado comprometido. No, no me gusta estar implicado. Casi esperaba la ocasión para alterar el devenir del encuentro en algo desagradable, mejor para mis intereses. Estúpida idea en mi mente porque aquello no iba a pasar.
Cuando nos despedimos, vivía abrumado por los pensamientos tan contradictorios sobrevolando por mi cerebro.
“Te daría un abrazo, pero sé que no te gusta”. ¿Por qué me dice esto?, ¿Me tengo que sentir mal porque no doy abrazos, pese a que haya alguien que los necesita como gesto fraternal? O, ¿Tengo que apreciar el magnánimo acto de respeto que tiene dicho acto de comprensión? Acabo bloqueado, sólo acierto a mover la mano para despedirme, mientras una buena persona se marcha alegre, simplemente por escucharla, después de haber sollozado ante mí. Un guiño de complicidad y ya está.
Vuelvo a casa conmocionado y mi primera idea es no volver a verla nunca más
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