La matriarca de aquella civilización, ya desaparecida por cierto, tenía unas ideas muy claras de lo que quería y no quería.
Desde el último piso del establecimiento, con su Picasso en la pared, manejaba las cuerdas de un negocio que traía de cabeza a los que allí trabajaban. Porque, así como os he dicho que no había máquinas pitadoras, tampoco había un sistema de catalogación de los miles que allí residíamos. No ordenadores a la vista. Por lo tanto, nadie sabía exactamente quiénes estábamos allí, cuántos, ni dónde encontrarnos. Un rompecabezas para los que buscaban algo en concreto.
Mi sitio se encontraba en la sección de Religión/ Oriental/ Espiritualidad/ Salud, Mente y Cuerpo, pero viajé a lo largo y ancho del laberinto. Pasé temporadas en Ciencia ficción, Rebajas, Historia, Horror, Hogar y Jardinería, Escultura, Física, y Manualidades. Pero, por jugadas del destino siempre volvía al punto de partida montado en un carrito en compañía de más desertores. La duración de mis aventuras variaba entre un par de horas y unos cuantos años.
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