Esos son los personajes de este cuento, que se desarrolla en un supermercado y comienza como tantas otras historias, con la lucha de dos hombres por una mujer.
Eran el caballero y el mago. Sucedía que el primero llevaba un tiempo tratando de cortejar a lo que el consideraba una dama y tenía un estilo de resolver las cosas muy caballeresco cuando creía que otro había mancillado el honor de una dama, más si era la suya claro. Y el otro siendo docto en esa clase de cuestiones dado que era un mago, no lo era tanto en el arte de la batalla a mamporros con otro.Tal suceso acaecía en un supermercado a viva voz ante la mirada no disimulada de una mujer confinada a una silla de ruedas y fue como sigue.
El mago, sabiendo que no debía entablar combate cuerpo a cuerpo, usaba su hábil lengua para tratar de formar un encantamiento, usualmente potenciado por sus extraños ropajes y accesorios costosos de conseguir. Y comenzaba con "señor mio, yo no he obligado a la dama a hacer nada, me consta que solo la cortejabais, no erais prometidos, además solo hemos hablado". A lo que el caballero, tratando de desembarazarse de las engorrosas palabras y llevar la acción a su terreno, el de lo físico, argüía demostrando implícitamente su manejo de la espada y señalando al báculo del mago, que quizás si tanto se dedicaba a tratar de encantar a los demás con palabras era porque no podía a su edad ya ni mantenerse bien en pie, que quizás debía comprarse un báculo nuevo porque le fallaba apoyadura.
El mago, no tanto por defender un honor de hombre que no tenía delante del caballero o la minusválida como por no perder su prestigio ante otros magos, no quería hacer una amenaza usando el peso de una maldición de las que todos sabían que podía conjurar la orden a la que pertenecía, o tal vez fuese por saber que la maldición llegaría pero los mamporros llegarían antes, de modo que siguió usando su lengua para tratar de echar un conjuro rápido sobre la brillante armadura del caballero, sabiendo cuanto amor tienen estos por su brillantez y lo desarmados que se ven cuando se ensucia. Y dijo de esta manera. Vos deberíais recordar que la decisión no corresponde a mi sino a la señorita, si no tenéis confianza como para fiaros de vuestros oídos al oír mi voz, sabed que yo no he dicho mentira alguna y ella si la tiene, de seguro no le parecerá bien que tratéis de defender cual juguete a lo que es una bella persona.
Harto de palabras el caballero ya había apretado un puño, cuando apareció de pronto la joven en cuestión, a la que ni la destreza en la batalla de uno ni los encantamientos y los poderes del otro contentaban en ese momento, sabiendo que podría conseguirlos más adelante cuando le apeteciesen y que por naturaleza humana deseaba ahora lo que parecía que no podía conseguir, un reto. Y así lo expresó, señalando a un joven principito al que se conocía como el casto pero al que ella quería cambiarle ese apellido.
El mago era rápido captando las cosas y decidió que muchas otras doncellas le servían para sus rituales tanto como esa, marchándose tranquilamente, el caballero no vio en aquel triste principito alguien con el que un enfrentamiento aumentase su honor, no querá ser conocido por enfrentarse a rivales así. Y la espectadora con silla a falta de palomitas había cogido una bolsa de patatas fritas y la había empezado con la intención de pagarla a la salida, sabiendo que su silla mágica le aseguraba cierta impunidad y dirigió su mirada hacia aquel principito que curiosamente había recibido tan raro premio.
El principito caminaba rodeado de su corte, no obstante la miraba a ella, la espectadora, no a la princesa, con ojos que mostraban no haber salido nunca de palacio, no conocer la vida y sin embargo odiarla. La espectadora escupió las patatas, el principito apuró el paso y a la joven le dio por reírse y cambiar de opinión.
Fin.
