FOBIA SOCIAL Y CINISMO: VERGÜENZA Y DESVERGÜENZA, PUDICIA E IMPUDICIA
A uno que le decía: “Muchos se burlan de ti”, le respondió Diógenes: “pero yo no soy burlado”.
cinismo.
(Del lat. cynismus, y este del gr. κυνισμός). Del griego kynikós, y éste del kyon, que significa perro.
1. m. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables.
2. m. Impudencia, obscenidad descarada.
3. m. Doctrina de los cínicos (‖ pertenecientes a la escuela de los discípulos de Sócrates).
4. m. desus. Afectación de desaseo y grosería.
El ser humano es un animal social, es decir, tiene una tendencia a la sociabilidad muy acentuada, a relacionarse con los demás, casi una necesidad, que se evidencia sobretodo en etapas tempranas del desarrollo infantil, en las cuales es necesario el contacto y la protección social para la más simple supervivencia. Hay posiciones, a mi juicio absurdas, que califican al ser humano como bueno o malo por naturaleza. A parte de ser estos simples juicios de valor, fruto de una tradición marcada por el cristianismo, son calificaciones en extremo simples, infantiles, que no vienen a decir nada concreto, y tras las cuales se encuentra la ingenuidad o el fatalismo. El ser humano es polivalente, puede desarrollar desde los sentimientos más amistosos a los más hostiles hacia sus semejantes, dependiendo de las experiencias que haya vivido, felices o tristes, preciosas o traumáticas, dependiendo de los estímulos sociales que lo animen, de los refuerzos sociales que obtenga por su comportamiento, y una sonrisa puede ser una gran motivación para hacer algo.
La ansiedad es una respuesta normal, adaptativa, del organismo a ciertos estímulos o situaciones percibidos como peligrosos o potencialmente peligrosos. Tiene como objetivo la conservación y supervivencia del individuo. Cuando el peligro es descartado ésta cede y desaparece. No obstante, la ansiedad se convierte en una respuesta patológica cuando no concuerda con la peligrosidad real del estímulo o situación, cuando la anticipación al temor es grande y cuando la respuesta no logra extinguirse, interfiriendo en el desarrollo y vida del individuo. La ansiedad se califica en estos casos de trastorno de ansiedad o fobia.
Los diferentes miedos parecen tener una base evolutiva e irse desarrollando de menor a mayor nivel de complejidad en el desarrollo del individuo. Así, por ejemplo, el miedo a los animales puede aparecer en fases tempranas de la infancia (de 2 a 4 años), para posteriormente aparecer miedos más complejos como el miedo a la oscuridad o a ser separado de los padres (de 4 a 6 años), para posteriormente desarrollarse en etapas últimas de la infancia miedos de tipo social –por esta tendencia social innata nuestra- como pueden ser miedo a hacer el ridículo (6 a 9 años) y sobretodo en la adolescencia, como la preocupación excesiva por el rendimiento académico (9 a 12 años) o el miedo que más nos interesa, miedo a las propias relaciones interpersonales, que se desarrolla ya en plena adolescencia fundamentalmente, de 12 a 18 años, cuando se comienzan a buscar activamente grupos de referencia –con los cuales identificarse, asumir valores, formas de comportamiento, etc- y grupos de pertenencia –que pueden o no coincidir con los primeros-.
Pertenecer a un grupo, satisfacer la tendencia social, afectiva o amorosa, se convierte en una especie de imperativo, muy acuciante en ocasiones, y cuya frustración, la condena del individuo a la mofa, el rechazo o el ostracismo, puede generar agudas depresiones, crisis de ansiedad y en su mayor expresión trastornos como la fobia social. Seguramente muchos y muchas de los fóbicos sociales situéis el inicio de vuestro trastorno en la época de la adolescencia, cuando vuestra sensibilidad estaba a flor de piel, cuando las palabras de los otros se convertían en duchas de agua fría, cuando todavía no teníamos una identidad definida y todo nos afectaba más de la cuenta. La adolescencia… época en la que se originan traumas o sucesos estresantes que pueden marcar el posterior desarrollo y mutilar la adultez.
La epidemiología de la fobia social no es del todo clara, pero se sabe que esta se extiende a más de un 10% de la población y que el inicio suele acontecer en la adolescencia
Me he propuesto en este pequeño artículo comparar el comportamiento de alguien que sufre fobia social (es decir, carencia de habilidades sociales, extrema ansiedad social) con la de los cínicos griegos (siglo IV a.C) personajes caracterizados por su extremada desvergüenza e impudicia. El más conocido de ellos es Diógenes de Sínope. Su discípulo Crates de Tebas fue un nexo entre la escuela cínica y la estoica. A continuación pondré algunas de las situaciones que tememos los fóbicos sociales y contrastaré ésta conducta con la de los cínicos.
Comer/beber en público. ¿Qué hace el fóbico social cuando no tiene más remedio que comer en un lugar público? Intenta evitar que haya mucha gente, que sus miradas se postren en él, siempre consciente de la forma en que corta el alimento, de la forma en que lo dirige a su boca y mastica, con un sudor frío que recorre su frente, con una sensación de opresión intensa en casos más extremos, llegando a desistir en su propósito. Pensamientos del tipo “¿tendré las comisuras de la boca manchadas?”, “¿parecerá chistosa mi forma de comer?”, incluso llegará a pensar “¿Sé… comer?”, inundan su cabeza. ¿Qué haría el cínico? Se sabe que los cínicos comían en foros públicos despreciando la absurda convención de que en esos lugares no se debe comer por decoro y respeto. Diógenes razonaba diciendo “si el comer no es absurdo alguno, tampoco lo será comer en un foro. Es así que el comer no es absurdo; luego no lo será comer en el foro. Es así que el comer no es absurdo; luego ni lo es en el foro”. Supongo que los que le objetaban tal cosa marchaban desconcertados ante la sonrisa burlona y el acertado razonamiento del cínico.
Hablar en público. El fóbico social ni hubiera comido en público y mucho menos se hubiera dignado a hablar en un foro repleto de gente. ¿Qué hacía Diógenes?. Acudía en ocasiones a debates públicos, de filósofos, políticos y demás para emitir comentarios jocosos y sarcásticos y desconcertar a los que tenían el turno de palabra y el resto de asistentes. “Disputando en cierta ocasión el retórico Anaxímenes (hombre bastante obeso), levantó Diógenes en alto un pedacito de pescado salado, con lo cual se le volvió el auditorio, y como Anaxímenes se indignase, dijo Diógenes: ‘Un óbolo de pescado destruyó el discurso de Anaxímenes’”. Buena manera de incordiar a charlatanes de todo tipo, con actos, y no con palabras, pues al fin y al cabo lo que trataba de desmontar Diógenes era toda esa retórica rebuscada, toda esa palabrería.
Platón el charlatán, Platón el fastuoso se encontraba en una ocasión debatiendo sobre cierto tema. “Habiendo Platón definido al hombre como animal de dos pies sin plumas, y satisfecho con esta definición, tomó Diógenes un gallo, le quitó las plumas y lo echó en la escuela de Platón, diciendo ‘He aquí el hombre de Platón’”. Puedo imaginar la cara del inventor del mundo de las ideas y la inmaculada República ante esta salida del perro filósofo. Diógenes se mofaba también de la doctrina de Platón, diciendo que veía vasos y mesas, pero no “ideas” de vasos y mesas, ejemplificando así su visión materialista y nominalista, en oposición al idealismo platónico.
Hablar con personas de autoridad. ¿Qué hacemos los fóbicos sociales cuando hemos de interactuar con un profesor, con un funcionario cualquiera, con un policía? Miedo, siempre el miedo. ¿Qué sentiría un cínico? Indiferencia, sólo indiferencia. Muy conocida a este respecto es la anécdota que pone en contacto a Diógenes de Sínope, el perro, el mendigo, y Alejandro, el grande, el emperador. Alejandro, atraído por la fama del filósofo cínico, fue al encuentro de éste, y aunque la anécdota tiene bastantes papeletas de ser falsa, sirve para ejemplificar la actitud de Diógenes respecto a la autoridad. Cuenta así el historiador Laercio: “Estando tomando el sol en el Cranion, se le acercó Alejandro y le dijo: ‘Pídeme lo que quieras’; a lo que respondió él ‘Apártate y no me tapes el sol’”. ¡No tartamudea! ¡No suda! Simplemente, con total indiferencia, con sangre fría, imagino una expresión apática en su rostro, insta al emperador a marcharse y dejarlo tranquilo. Diógenes llamaba a los gobernantes de forma despectiva “ministros de la plebe”. Crates decía que “se debe filosofar hasta tanto que los generales del ejército parezcan conductores de asnos”.
Utilizar los urinarios públicos. ¡Lo que puede llegar a sufrir un fóbico social cuando experimenta la necesidad imperiosa de satisfacer sus necesidades corporales! Colocarse a orinar o defecar en un urinario público es un asunto complicado, sobretodo en el caso de los hombres, mear con todos esos individuos colocados tan cerca, o mirarse en el espejo para ver si tiene mocos o algo pegado en la cara que pueda provocar algún tipo de reacción de hilaridad. ¿Qué hacían los cínicos? Directamente se disponían a orinar como animales, sin necesidad de acudir a los urinarios públicos, en medio de la calle, en la plaza pública, en el foro. No se detenían ahí. Diógenes directamente se masturbaba, Crates y su compañera Hiparquia fornicaban en estos lugares, escandalizando a todos los transeúntes.
Una anécdota curiosa de Crates: Metrocles, hermano de la prometida de Crates (Hiparquia), estaba en una ocasión estudiando en la escuela peripatética cuando de repente se tiró un pedo delante de todos los asistentes. La vergüenza fue muy grande. Hasta tal punto se avergonzó de ese suceso que se encerró en su casa y tomó la decisión de dejarse morir de hambre. Crates fue allí a consolarlo. Primero intentó convencerlo con palabras diciéndole que aquello no era nada tan terrible, que tirarse pedos era algo natural, sólo censurado por estúpidas convenciones sociales. No obstante, las palabras no surtían efecto. Crates había previsto esto y se había preparado comiendo altramuces antes de visitar a Metrocles. Pasando de las palabras a los actos comenzó a tirarse pedos delante de éste. Parece ser que también lo hizo posteriormente en público como ejemplo. Metrocles se convirtió en discípulo de Crates. Crates de Tebas fue también maestro de Zenon de Citio, fundador posterior del estoicismo. Éste, demasiado tímido, introspectivo y teórico para seguir enteramente la doctrina de Crates, adoptó sólo algunas de las bases del cinismo. Los estoicos posteriores definieron el cinismo como un atajo hacia la virtud de los más valientes (el estoicismo sería la vía larga). Aunque otros estoicos llegaron a renegar bastante de esta filosofía como antecedente.
La anécdota por excelencia de Diógenes: Éste se masturbaba en la plaza pública, en medio de todo el gentío, exclamando: ¡Ojala también pudiera calmar el vientre frotándome el estómago!. ¿Obscenidad y exhibicionismo gratuitos o ejercicio para aprender a despreciar lo que piensen de uno?. Juzgadlo vosotros.
Diógenes no era el maestro de una escuela, ni el portador de un gran sistema filosófico basado en teorías especulativas, Diógenes difundía su pensamiento ejemplificando con su vida, a través de anécdotas, aforismos y actos. El cinismo está asociado a un modo de vida, pero sobretodo a una actitud. Seguramente el fundador de esta “secta” fue Diógenes de Sínope, aunque se reconozca cierta relación con Antístenes, que influyó mucho a nivel teórico. Los cínicos se dedicaron solamente a la moral. La filosofía y práctica cínica se dirigía al ethos, que significaba carácter, y lo que buscaban era precisamente el fortalecimiento del éste. Antístenes consideraba la virtud como sinónimo de fortaleza, y decía que era cuestión de actos, no de complejas teorías. Fortalecer el cuerpo y endurecer el carácter, dos aspectos que frecuentemente van asociados. Diógenes consideraba que la virtud se podía adquirir fácilmente a través del ejercicio físico. La frugalidad y la autosuficiencia (“el sabio se basta a sí mismo”, decía Antístenes) eran dos características asociadas al modo de vida cínico. En ocasiones su modo frugal de vida estaba asociado con al ascetismo más extremo, aunque hubo algunos cirenaicos (escuela hedonista) de tendencia cínica como Teodoro o Heguesías, que despreciaban nobleza, riqueza y posición como los demás cínicos, pero no despreciaban el placer. Estaba de moda entre los cínicos la división entre nomos o convención y entre physis o naturaleza. Los cínicos criticaban el nomos, los convencionalismos, las leyes, hábitos sociales, costumbres, necesidades artificiales y predicaban que seguir los dictados de la naturaleza implicaba bastarse con poco (comida, ropa, compañía, etc). Lo que criticó Diógenes fue la hipocresía de su época, a los individuos falsos, reprimidos, infelices, por vivir pendientes de las metas sociales, de los deseos superfluos que crea la vida civilizada. Los cínicos consideraban en este sentido la conducta de los animales como un ejemplo a seguir, aunque igualmente daban mucha importancia a la racionalidad, para no convertirse en esclavos de las pasiones, igual que querían liberarse de deseos superfluos.