A los diecisiete años, me fui a vivir a un piso solo en una ciudad donde no conocía a nadie, durante tres años. Los fines de semana volvía con mi familia pero me encerraba en mi habitación con algunos víveres y agua hasta que me volvía a ir.
Recuedo que había personas a mi alrededor que se movían, pero yo no entendía qué decían, qué querían. Algunos de ellos hubieran podido ser amigos, si mi cabeza hubiera estado clara. Ahora me doy cuenta. Hacía cosas solo, disfrutándolo. Y lo que no podía hacerlo, pues no lo hacía. Sufriéndolo. Sin más.
¿Qué podía hacer gozando? Aislarme en mis propios pensamientos. ¿Qué no podía hacer sufriéndolo? Pues algo tan básico como hacer una llamada para pedir una bombona de gas para cocinar, así que cuando se acabó la primera, nunca más, durante tres años, volví a tener. Pasé algo de hambre
A veces, la soledad, nos parece una bonita palabra, y nos amparamos en ella para seguir en nuestros trece. No me lo puedo reprochar, fue así. Pero no era el gusto por la soledad lo que viví yo, al menos. Ahora lo tengo claro, era esta fobia.
Cuando he tenido amigos, pasados los veinticinco, he vivido momentos extraordinarios, que nunca creí que fueran posibles. Pero domar al carácter ya formado es algo complicado, ya lo sabrán ustedes. Así que ahora mismo, con treinta y tres, me he vuelto a alejar de casi todo el mundo. Todo lo que me sucede de bueno me parece falso, todo lo que imagino de malo me parece real.
Es esa lucha entre lo que eres y lo que puedes ser. Con ciertos años ya todo se mezcla ya uno no sabe si tiene fobia, antifobia, social, asocial, o vete a saber qué. Mejor pasar de esos términos.
Saben, y hasta hace bien poco, no me atreví nunca a reconocer lo infeliz que he sido, a reconocer que todo hubiera podido ser de otra manera, mejor sin duda. Creía que todo era como debía ser, que no había otro modo. De haber sido de otro modo ¿No sería quién yo soy? Y eso qué más me da. No estoy orgulloso de ser la maravillosa persona que algunos dicen que soy. Más que nada porque no lo puedo sentir.
Buf... ya veo que me he vuelto a liar y he faltado a casi todo el decálogo de pautas que tengo para escribir aquí. A ver si puedo enderezarlo...
Que realmente no quiero estar solo realizándome en mis pensamientos, eso ya sé que es.
Que realmente no quiero estar acompañado temiendo en cada momento la catástrofe, ansioso y perturbable y perturbador, eso también sé lo que es.
Lo que quiero realmente, y por lo que lucho es por ser capaz de conseguir dominar, como quien aprende a ir en bicicleta y ya no lo olvida, esta cabeza que me traiciona constantemente. Ese tipo de "normalidad" es la que quiero, la de coger la bicicleta y no tener que aprender cada vez a pedalear.
Un ejemplo simple de hace dos meses, a principios de agosto, acostado en una cama desconocida me susurran: incluso cuando duermes sonríes.
¡Incluso cuando duermes sonríes! Si ya ven lo plomazo y tristón que puedo llegar a ser. Pues va y resulta que también puedo llegar a ser un tipo que sonrie incluso cuando duerme.
No quiero olvidarme de eso.
Buf, me he pasado tres pueblos del tema. Lo siento. Me da para borrarlo y no enviarlo... bueno, lo envio.
Saludos y gracias.