Desde niña le enseñaron que vivir consistía en acertar en las decisiones. “El éxito reside en llegar primero, sobresalir, encontrar lo seguro” le decía su padre, “y sobre todo en no cometer equivocaciones”, apuntillaba su madre.
Por un lado, potenciar el competir, mermó la capacidad de compartir; y por otro, fomentar el perfeccionismo, bloqueó el permiso para equivocarse. Decir “sí” a una relación de pareja lleva implícito el riesgo, el estar dispuesto a dar, a navegar a ratos en un océano de incertidumbres y a salir del “yo” para entrar en el “nosotros”.
Desde niña la programaron para no conocer jamás la maravilla del amor.