Llueve.
Aun así, un tipo toca el violín en la calle. Su melodía es cambiante, según quienes pasen por ahí. Y algunos se paran ahí, asombrados, al sentir que el la meolodía ha captado algo de ellos en la canción. Aunque la mayoría pasa sin más o echa unas monedas a pesar de que no haya sombrero y que se van amontonando y que ahí seguirán porque el músico nunca las recoge.
Entre los que se dan cuenta de que la composición trata que el tono tenga que ver con lo poco que puede captar en las pintas y andares de los transeuntes, algunos se ofenden. Y el violinista toca principalmente notas amargas o directamente malsonantes, así que no capta afortunadamente la atención.
Un tema simple, alegre, activo, para un niño que ha recibido un helado comprado por sus padres.
Los ojos del violinista parecen parte del espectáculo, pues adquieren la tonalidad de lo que está tocando.
Uuna canción simple pero con muchas florituras y una intensidad sentimental llamativa, para la adolescente que empieza a saber del amor. Una sucesión de notas sin sentido para la transeunte que va gritando a todo el que se topa igual que el que rasga las cuerdas. Y que se quita el sombrero de papel que lleva ante él.
De vez en cuando alguien le habla, pero el violinista nunca contesta y no deja de tocar más que lo necesario para descansar, comer, descomer, etc. y al ver que no contesta, la gente se suele ir sin más.
Una sucesión de ridículos, como con intentos de crear algo más, para la señora con pelo rojo emperifollada que ha venido de la exposición de arte donde había un cuadro al revés y no se dio cuenta ni el dueño (true story...) y lo mira con ojos de "soy profunda y esa sucesión de notas significa mucho".
Nadie graba esas canciones, se van por la alcantarilla junto con la lluvia, tampoco merecen ser recordadas.
Un tema ansioso como las canciones de los compositores rusos más mal de la azotea, de esas que no te dejan respirar, que necesitas que acaben, que todo el rato auguran algo que no llega, para el tipo que tiene pinta de necesitar la compañía de una dama...
Uno de los transeuntes aparece y se dirige a él, pero es más insistente que los demás. Y se marcha aireado cuando no se le hace caso.
Un tema que reúne clásicos muy dispares para él y salta de uno a otro sin más.
El transeunte vuelve, esta vez con una pota y un martillo. Y comienza a dar martillazos a su instrumento mientras el violinista sigue tocando.
Al fin, el violinista para, ante lo cual el otro sonríe. Y se acaba la música.
