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Al releer este mensaje me acordé de este texto del inefable fernando sánchez dragó, creo que explica muy bien del tema del trabajo y como me parece que viene a cuento lo pongo:
EL COBAYA: Sin el sudor de la frente
¿Enfermedades laborales? No sé mucho de eso, porque nunca las he padecido. Esta sección se llama El cobaya, y yo hago honor a tal nombre. Jamás, en cuestión de salud, hablo de oídas. Mi columna es autobiográfica: cuento en ella lo que he verificado, a ser posible en carne propia o, como mínimo, en la de mis amigos, colaboradores, deudos y allegados. Pero me pide el director de este suplemento que tercie en el asunto al que hoy dedica el mismo casi todas sus páginas y así lo hago. Perdóneme el lector si doy en él pases de aliño y alguna que otra larga cambiada.
Lo del trabajo como maldición y veredicto de cadena perpetua, por muy bíblico que sea, no es cosa, en mi opinión, que vaya a misa. Yavé, los patriarcas y los profetas se contradicen o, por lo menos, contradicen a Jesús. Si, como dicen que dijo éste, no sólo de pan vive el hombre, ¿por qué se nos condena a ganarlo con el sudor de la frente? Yo nunca lo he hecho, lo del sudor, digo, y presumo, sin embargo, porque es verdad, de trabajar y de haber trabajado catorce horas diarias durante trescientos sesenta y cinco días al año (y uno más en los que son bisiestos) desde que terminé mis estudios.
¿Exagero? Puede, pero sólo un poco. Jamás me tomo vacaciones, no hay sábados ni domingos para mí, no respeto las fiestas de guardar ni tampoco las que no lo son y no pienso jubilarme, en el sentido no meramente burocrático de tan odioso verbo, hasta que la cabeza, flaqueando, me obligue a ello. Espero, en todo caso, morir antes y, por supuesto, en la brecha, haciendo, verbigracia, lo que en este instante hago: escribir. La literatura es farmacia que siempre está de guardia y centinela, el escritor, que nunca abandona la garita.
Ése es el truco, ésa es mi panacea, ése es el privilegio —no tener profesión, sino vocación, y no ejercer oficio alguno sólo por beneficio— que me torna inmune a las dolencias laborales, sobre todo cuando lo son del alma, de la psique, del espíritu, y no del cuerpo. No me estreso, porque me gusta lo que hago y lo haría, casi siempre, aunque no me lo pagaran. No he tenido nunca roces con nadie en el trabajo, porque no compito, porque no discuto, porque abrigo la convicción de que nada importa nada, porque mandar me aburre y jamás acato órdenes, y porque sé sin asomo de duda —verificado está— que quien pierde un trabajo o renuncia, por lo que sea, a él, siempre, si tiene voluntad e ingenio, encuentra otro mejor.
¿Voluntad? Voluntad, amigos, es vocación. Con ella se va a cualquier parte y sin ella a ninguna. La frente de quien no la tiene —y eso sí que es gravísima enfermedad laboral de casi todos— está, en efecto, perlada de cansancio y de sudor, pero brilla por su ausencia éste y el negocio se vuelve ocio y felicidad para el hombre que sabe lo que quiere, porque sabe quién es, y no trabaja, en consecuencia, para tener, sino para ser.
Nosce te ipsum: mano de santo que todo lo cura, paideia de la Hélade, sabiduría perenne. La LOGSE, la LOE y la Educación para la Ciudadanía cierran ese camino a nuestros jóvenes, niegan ese derecho a nuestros hijos y los convierten en futuros enfermos laborales. Yo descubrí en la infancia que quería ser escritor y nadie ni nada me impidió serlo. Rebusca, lector, dentro de ti y encontrarás tu tesoro escondido, como dijo Kipling, bajo el polvo de los caminos / que trillas a diario. / Y de esa suerte sabrás que eres hombre / y que por hombre eres rey soberano.
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