Sinesperanza, mi argumento puede no ajustarse a los hechos en algunos casos -enfermedades horrorosas, degenerativas e incurables-, pero el caso del -aparente- vacío existencial es otra historia, puesto que se trata, por así decirlo, de una realidad irreal, de una sensación susceptible de ser cambiada. Cuando un forense practica una autopsia a un suicida puede señalar un signo inequívoco de la enfermedad que le impulsó al suicidio: es capaz de decir, con pruebas irrefutables, que esa persona tenía un cáncer avanzado, una dolencia neurológica e invalidante, etc; pero nunca podría dictaminar que estaba triste, que la existencia se le antojaba injusta y hueca o cualquier otra cosa de ese estilo. Por lo tanto, y como señala alguien más en otro post anterior, no parece muy de recibo equiparar sufrimientos intolerables puramente físicos con apreciaciones más o menos subjetivas sobre el sentido de la vida y el encaje de cada cual con su entorno. Por otro lado, la muerte es una gran incógnita. Nadie sabe qué hay o no hay tras ella; y si bien es cierto que muchas concepciones sobre un posible más allá no son sino idealizaciones interesadas para el consuelo de personas religiosas, no lo es menos también que identificar la muerte con el fin de todo es una versión acomodada para quienes prefieren no pensar demasiado.
Un saludo
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