Copio dos fragmentos de "El rey pálido", libro póstumo de David Foster Wallace. Por cierto, un libro difícil de describir, por lo menos se puede decir que es raro, diferente, si se prefiere.
"Lo aprendí con solamente veintiún o veintidós años, en el Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, donde me pasé dos veranos trabajando como chico del carrito. Y aquello, de acuerdo con los tipos que me consideraron apto para hacer carrera en la Agencia, me puso por encima de la media, el hecho de entender aquella verdad a una edad en que la mayoría de gente solamente está empezando a sospechar los principios básicos de la vida adulta: el hecho de que la vida no te debe nada; de que el sufrimiento adopta muchas formas; de que nadie te cuidará jamás como lo hacía tu madre; de que el corazón humano está chiflado.
Aprendí que el mundo de los hombres tal como existe hoy día es una burocracia. Se trata de una verdad obvia, por supuesto, aunque también es una verdad que causa enorme sufrimiento a quienes no la conocen.
Pero lo más importante, descubrí -de la única manera en que un hombre aprende realmente las cosas importantes- el verdadero talento que se requiere para triunfar en una burocracia. Me refiero a triunfar de verdad: a que te vaya bien, a marcar la diferencia, a servir. Descubrí la clave. La clave no es la eficiencia, ni la probidad, ni la reflexión, ni la sabiduría. No es la astucia política, el don de gentes, el cociente intelectual puro y duro, la lealtad, la amplitud de miras ni ninguna de esas cualidades que el mundo burocrático llama virtudes y que busca con sus test. La clave es cierta capacidad que subyace a todas esa cualidades, más o menos igual que la capacidad de respirar y bombear sangre subyace a todos los pensamientos y acciones.
La clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire.
La clave es la capacidad, ya sea innata o condicionada, para encontrar el otro lado del trabajo de a pie, de lo nimio, de lo que no tiene sentido, de lo repetitivo y de lo absurdamente complejo. Para ser, en pocas palabras, inmune al aburrimiento. Y en los años 1984 y 1985 yo conocí a dos hombres que lo eran.
Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir".
"-El quinto efecto tiene más que ver contigo y con cómo te perciben los demás. Es poderoso aunque su uso es más restringido. Presta atención, joven. Con la próxima persona adecuada con la que estés teniendo una conversación informal, te detienes de golpe en medio de la conversación y miras a esa persona de cerca y le dices: "¿Qué te pasa?". Se lo dices en tono preocupado. Y él te dirá: "¿A qué te refieres?". Y tú le dices: "Te pasa algo. Lo noto. ¿Qué es?". Y el tipo se quedará estupefacto y dirá: "¿Cómo lo has sabido?". No se da cuenta de que a todo el mundo le pasa algo siempre. Y a menudo más de una cosa. No sabe que todo el mundo siempre lleva a cuestas algún problema y cree estar ejerciendo un control y una fuerza de voluntad enormes para impedir que lo vean los demás, al tiempo que piensa que a los demás nunca les pasa nada malo. Así es la gente. De repente les preguntas qué les pasa y tanto si responden abriéndote su corazón y contándotelo todo como si lo niegan y fingen que andas descaminado, pensarán que eres un tipo perceptivo y comprensivo. O bien te estarán agradecidos y te abrirán su corazón, o bien se quedarán asustados y empezarán a evitarte. Las dos reacciones resultan útiles, tal como ya veremos. Puedes jugarlo de ambas maneas. Esto funciona más del noventa por ciento de las veces."