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He creído conveniente hacer un apartado en el que se trate singularmente este temor tan extendido, especialmente entre los adolescentes de ambos sexos, dado que posee unas características muy singulares.
El ser humano está dotado de una gran sensualidad, en el más amplio sentido de la palabra. Hombres y mujeres reaccionan emocionalmente ante numerosos eventos y circunstancias. Yo diría que prácticamente todas nuestras emociones se experimentan, a modo de sensaciones, en nuestros órganos genitales, al igual que en nuestro aparato digestivo y en la piel en general. Cuando aprendemos a observar nuestras sensaciones, los hombres podemos distinguir una sensación genital que parece tirar de nosotros en los momentos de ansiedad y también en los de ira. Asimismo, cuando nos encontramos relajados podemos distinguir un cambio en las sensaciones que percibimos de nuestros genitales. Las mujeres también experimentan esa sensación genital en los momentos de ansiedad y de ira, aunque parece ser mucho menos notable que en los hombres; sin embargo, perciben nítidamente una sensación placentera en los momentos de relajación y recogimiento. Igualmente, podemos apreciar movimiento en nuestras sensaciones genitales cuando observamos a alguien respecto de nosotros. Por ejemplo, cuando vemos venir a un conocido o conocida nuestra que nos alegra encontrar, sentimos una sensación de concordia que pasa por resultar sensual en algunos de sus aspectos, tanto para hombres como para mujeres y con total independencia del sexo de la persona a la que hayamos visto.
Al margen de nuestra preferencia sexual en cuanto al género, los hombres distinguimos entre otros hombres quiénes nos resultan más feos y quiénes nos resultan más guapos; quiénes, a simple vista, nos parecen más agradables y quiénes más desagradables. Igualmente les sucede a las mujeres. Normalmente, esa distinción nos provoca cierta atracción, o cierto rechazo, según consideremos más o menos atractivas a las personas que, consciente o inconscientemente, estemos catalogando. Sin embargo, esa atracción no se traduce necesariamente en deseo sexual. Lo más común es que esa atracción y deseo sensual se traduzca en admiración y deseo de igualar o imitar las virtudes que en ellos vemos. También se trata de sensaciones de empatía y concordia para con otras personas que, siendo de nuestro mismo sexo, consideramos afines a nosotros, sin que por ello deseemos practicar sexo con ellos.
Sin embargo, el mero hecho de que los hombres seamos capaces de distinguir entre otros hombres quiénes nos resultan más agradables y desagradables, o guapos y feos, implica que no somos total y únicamente masculinos; al igual que ese tipo de distinciones, propias también en las mujeres, implican que tampoco ellas son total y únicamente femeninas. Todo hombre y toda mujer tienen feminidad y masculinidad. Unos y otros experimentan sensaciones, más o menos sensuales, en relación con las personas de su mismo sexo y del que denominamos inadecuadamente el contrario. Aun así, lo común es que sintamos una mayor atracción sexual por las personas de sexo contrario, y sean éstas las de nuestra elección para practicar relaciones sexuales y para convivir como parejas. También es bastante común que sintamos cierta aversión ante la posibilidad de practicar sexo con personas de nuestro mismo sexo.
Ante este panorama, y habida cuenta de la incesante búsqueda de motivos de alarma que nuestra mente lleva a cabo en casi todo momento, es muy frecuente, especialmente entre los adolescentes, que experimentemos pensamientos que nos asusten y guarden relación con nuestra sexualidad. Imágenes y frases que muestran o se relacionan con la posible homosexualidad de quien las experimenta, alarmándole, acuden una y otra vez a su mente obsesionándole y angustiándole.
Al común miedo que pueda experimentar cualquier persona que se sienta obsesionada con algún pensamiento que le aterre, por considerarlo peligroso para su vida, debemos añadir la experiencia de la feminidad y la masculinidad implícita en cada individuo, independientemente de su género. Así, la persona se encontrará con que, aparte del miedo que experimente ante determinados pensamientos, experimentará sensaciones con un carácter sexual, más o menos marcado, y se verá envuelto en un temor que, aparte de cobrar consistencia y crédito por el mero hecho de sentir el miedo en su presencia, lo hará también por experimentar esas sensaciones de carácter sexual. A esa situación hay que añadir las sensaciones de aversión e incluso asco que pueden despertar en muchas personas la aparición en su mente de ese tipo de pensamientos, las cuales también influirán en la persona, que intentará rechazarlos sistemáticamente.
Así pues, nos encontraremos ante una situación en la que nuestros temores y dudas sobre nosotros mismos se verán reforzados por la experiencia de sensaciones genitales, sexuales, contrarias a nuestros deseos de mantener una única y rígida tendencia sexual. Por ello, la exposición detallada de nuestros pensamientos en este aspecto de nuestra personalidad, es sumamente complicada; pues, de un lado, acabará desensibilizándonos ante la aparición de ese tipo de pensamientos, si llevamos a cabo esta tarea adecuadamente; pero, de otro, experimentaremos esas sensaciones sensuales que despiertan nuestro interés sexual y, a la vez, nos crean aversión (en los casos en que así sea), lo que puede crearnos más incertidumbre y sufrimiento.
En mi opinión, como menos sufriremos será aceptándonos a nosotros mismos tal y como somos; y ese tal y como somos incluye nuestra sexualidad, a la que tanta importancia concedemos en nuestras vidas. Creo que nadie, en la actualidad, puede saber empíricamente si hay personas que nacen con una tendencia homosexual más marcada, o si esa diferencia se aprende en nuestro entorno. Considero que nuestra carga genética es determinante en este aspecto, al igual que nuestras creencias socio-culturales y aprendizajes. Pero, negar la existencia de la feminidad en el hombre y de la masculinidad en la mujer, en el grado que corresponda, implica, a mi juicio, falta de estudio y comprensión de la naturaleza humana, a la vez que renunciar absurdamente a la belleza en su amplia expresión.
Nuestros propios miedos nos llevan, en muchas ocasiones, a rechazar, incluso a odiar, injustamente a aquellas personas a las que su naturaleza distingue como homosexuales, lo que dificulta la convivencia en una sociedad libre y conduce a la discriminación.
Conocernos y aceptarnos a nosotros mismos no implica ser homosexual o dejar de serlo únicamente por ello. Nuestra tendencia sexual siempre la determinará nuestro deseo y, en última instancia, nuestras prácticas sexuales. Sin embargo, aceptarnos y conocernos a nosotros mismos sí implica dejar de tener miedos infundados, y corregir aquellas conductas que consideremos conscientemente inadecuadas.
Ver lo femenino, al igual que lo masculino, en la naturaleza de las cosas, desde en una pared hasta en la música, en la brisa o en la voz de cualquier persona, resulta de una gran riqueza.
Extracto del libro "Meditación práctica, aquí y ahora", Joaquín Carrizosa.
Quiero saber si a alguien le paso algo asi!
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