A ver que os parece esto. Yo siempre lo he dicho.
Sobre el valor terapéutico del humor y su uso en medicina
Autor: Gonzalo Casino
Voltaire bromeaba con que el arte de la medicina era entretener al paciente mientras la naturaleza seguía su curso. Desde nuestro distante y digitalizado siglo XXI, esta broma puede provocar en muchos una tierna sonrisita. Desde nuestra atalaya tecnológica admitimos que la ironía de Voltaire era esencialmente cierta en la época de la Ilustración, pero asumimos que ahora las cosas son bien distintas. El médico de hoy tiene menesteres más serios que distraer al paciente y amenizar sus horas. El sentido del humor está muy bien como adorno personal del médico pero no parece un asunto central en la práctica clínica. Las revistas médicas serias, de hecho, no lo han considerado un asunto serio, en parte porque si hay algún tema especialmente elusivo al abordaje científico este es el del humor. Con todo, en los últimos años han empezado a menudear los estudios y artículos que reivindican sus virtudes terapéuticas. Algunos pensarán, y no faltan ejemplos que les dan la razón, que muchos de los trabajos que se ocupan de asuntos tan intangibles como el amor, la felicidad o el humor carecen de base científica y hasta de un mínimo rigor. Sin duda, no se puede hablar del efecto terapéutico de algo tan difícil de definir y medir como el humor en los mismos términos que se hace con un fármaco cualquiera. Pero eso no quita para que el humor como valor terapéutico pueda ser abordado con rigor y seriedad en una revista seria. Este es el caso del “artículo especial” de Jaime Sanz Ortiz, publicado en Medicina Clínica del 30 de noviembre, que condensa en cuatro páginas una lección de humanidad, humildad y medicina.
Trenzado de definiciones, reflexiones y citas (Holden: “Si ayudas a alguien a reír, le estás ayudando a vivir”; Chaplin: “La vida es una tragedia si se la contempla en primer plano, pero una comedia, vista de lejos”), el artículo de Sanz Ortiz es una reivindicación, apoyada en la bibliografía existente, del sentido del humor como complemento terapéutico: “Entre los beneficios de la risa y el humor podemos citar: reducir el estrés, facilitar la comunicación, potenciar la inmunidad, aliviar el dolor, mejorar la ansiedad, relajar la tensión psíquica y muscular, inspirar la creatividad y mantener la esperanza”. El autor marca los límites del humor con los del ingenio (más intelectual, menos compasivo) y la ironía (“hace sufrir”, “es despiadada, maledicente, humillante”), y ofrece una guía práctica sobre el buen uso del “humilde, misericordioso, beneficente” humor. “No se puede aliviar las preocupaciones de otra persona sin ser prudente en la utilización del humor”, escribe Sanz Ortiz. “Normalmente la dosis debe ser pequeña y nunca con pauta horaria”. Este reconfortante artículo del jefe de Oncología Médica y Cuidados Paliativos del Hospital Valdecilla de Santander nos recuerda que la medicina se extiende más allá de los límites de la evidencia científica y que en muchas circunstancias no estamos tan distanciados de los tiempos de Voltaire.
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