En el pasado remoto y antes de caer en el agujero negro de la fobia social, el niño de 11 años que fui, soñaba con llegar a convertirse algún día en un adulto que reuniera todos los atributos que se consideran como “perfectos” en esta tierra desequilibrada en la que el dinero lo es todo: poseedor de una empresa casi monopólica del transporte aéreo, dueño de un sinfín de propiedades en diversos puntos del planeta, físicamente muy fuerte y hábil en algunos deportes, y con una linda familia con la cual compartir todo mi legado. Sí, eso era el sueño “americano” que circulaba por mi mente en 1993 y 94. Imaginaba que tendría todo eso cuando tuviera 21 años, considerando que apenas terminara la preparatoria ingresaría a la universidad con todos los bríos que tenía entonces, y por ende terminaría incluso antes de lo normal. En cuanto al físico, bueno, no me quejaba, y además era muy alto entonces comparativamente con los de mi edad, así que suponía que sería igualmente alto cuando fuera adulto.
Pero la evolución siempre está presente, y todos aquellos que no se adapten a los cambios están condenados a desaparecer (lo mismo que sus sueños)...
En 2004 ya tenía 21 años, y ni uno solo de todos los anhelos que esperaba poseer diez años atrás se había cumplido ni estaba siquiera próximo a lograrse. Sin embargo, todavía creía que lo lograría, aunque fuera a menor escala y con muchos años de retraso con respecto a la fecha originalmente estipulada en mi agenda de antaño. Y en cuanto al físico, bueno, no me fabriqué el cuerpo perfecto que esperaba, y mi estatura se estancó de forma súbita en la adolescencia, así que ni con eso cumplí.
Pero los cambios continuaron…
En 2007 había resultado ya evidente para mí que todo eso se había perdido para siempre. Sin embargo, nuevas “ilusiones” me tentaban a buscar la “felicidad” en terrenos muy, pero muy distintos, y en ese entonces todos mis objetivos se centraban en tres cosas: convertirme en un escritor de novelas famoso, salvar a alrededor de 150 gatos y encontrar el amor de mi vida (la única meta que permanecía desde el principio de todo); en otras palabras esto era algo muy similar a aquella percepción de que un hombre, para ser completo, debe plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo… Sí, muy parecido y a la vez diferente.
Pero…
2011. La cuenta regresiva estaba ya en curso. Las novelas se habían ido por los suelos; la operación “gato” también se había vuelto un rotundo fracaso, con todo el dolor del alma que ha conllevado ver tanta muerte a mi alrededor; y por último, el alfa-omega de mi vida parece haber caído al fondo del abismo también. Salvar la Tierra no es precisamente una tarea fácil para alguien sin autoestima.
Necesito sangre de vampírica… y tal vez el chico que siempre soñé ser todavía pueda materializarse bajo una acepción algo distinta. Bueno, esto sí que sería toda una fantasía.