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Antiguo 16-feb-2012  

La vida es un casino. Todos estamos dentro del casino, las miradas entreveradas, los humores veleidosos, el estrépito incesante de las voces confundidas. Es, por supuesto, un casino gigantesco, tan grande que no podríamos caminarlo por completo, con infinitas mesas de juego y ruidosas máquinas tragamonedas. Todos estamos en el casino por una larga noche, una noche que por momentos parecería perpetua, pero que, bien lo sabemos, bien conviene recordarlo, no lo es. Sabemos que al amanecer, el casino cerrará sus puertas y nos echarán de mala manera a la calle. Sabemos que aun antes del amanecer, alguna mezquina autoridad del casino podría arrojarnos a la calle sin darnos explicaciones. Apenas salgamos de esa casa superpoblada donde gobierna a su antojo el azar, dejaremos de existir. Solo podemos vivir dentro del casino. La nuestra es, pues, una existencia que depende del paso del tiempo o, peor aún, de que se nos aparezca gruñón el portero del casino, puesto que cuando dicho señor uniformado decida echarnos a empujones o de una patada en el trasero, nada podremos alegar, será la hora de irnos a regañadientes o, más probablemente, lloriqueando.

Fuera del casino, es la nada misma, la certeza de que estaremos quietos, fríos, muertos, la angustia de no saber si algo de nosotros logrará pervivir (unos se angustian porque quisieran ser eternos, otros ven con pavor la cruel promesa de la eternidad, cuénteseme por favor entre estos últimos). No por eso, todos los que están en el casino juegan. No son pocos quienes prefieren limitarse a mirar, no apostar, no correr riesgo alguno. Por lo visto, tienen miedo a perder, tienen miedo de que, si pierden sus fichas, los echarán del casino antes del alba, rumiando la frustración o la desdicha de que podrían haberse quedado un tiempo más. Por temor a perder, por temor a ser expulsados del casino antes de que amanezca, muchos no juegan en las mesas donde vuelan las cartas y rueda zumbando las bolitas, muchos se sientan y miran y no corren riesgo alguno.

Abundan también los que apuestan, sí, pero solo moderada y cuidadosamente, por ejemplo se sientan frente a las máquinas tragamonedas y se divierten y saben que al menos de esa manera están procurando sentir el goce de la inesperada recompensa que les será concedida a unos pocos, esos afortunados que súbitamente ven caer un torrente de monedas o de fichas que equivalen a una pequeña fortuna. De pronto, para ellos, es la alegría de ganar, es la euforia de ganar. Cuando ganan, se alegran tanto que por un instante olvidan las leyes del casino: no importa cuánto ganes, al amanecer (o cuando nos dé la gana) te daremos una patada en el trasero, te echaremos a la calle y morirás como un perro atropellado, tus vísceras salpicadas en la penumbra de una calle helada, y no podrás llevarte contigo nada de lo que hayas ganado, todo quedará en el casino, la casa siempre gana, el jugador siempre pierde, aun si no juega pierde, aun si se queda mirando siempre pierde, porque al alba no hay compasión con nadie y el casino se vacía de concurrentes y todos se difuminan, desaparecen, caen en un agujero negro que los conduce al medio de la nada (aunque algunos supersticiosos aseguran que los conducirá a un lugar mejor que el casino, a un casino inmaculado donde todo el que apuesta, gana, y donde nunca amanece y no te echan a la calle a morir).

Lo cierto es que todos estamos en el casino, unos jugando, otros mirando, unos ganando, otros perdiendo, y todos sabemos, o deberíamos saber, que en un tiempo la gerencia del casino (o no siquiera la gerencia, digamos el portero, un portero borracho, un portero zafio) nos echará a la calle y se acabará nuestra identidad tal como la conocimos y la conocieron, si acaso, nuestros amigos en el casino.

Hay quienes prefieren olvidar que el tiempo es limitado y que la derrota final es segura, inexorable, y por eso, en lugar de apostar en las mesas de juego, en vez de perder dinero en las tragamonedas, se dedican a beber alcohol o a seducir personas que les resultan apetecibles (y que, a nuestros ojos, rara vez lo son). Hay quienes, conscientes de que esa noche en el casino habrá de terminar más o menos pronto y que entonces tocará desaparecer, morir, extinguirse, pudrirse en la calle como un perro atropellado, comprenden que, dado que no hemos elegido estar dentro del casino pero ya estamos confinados allí, y dado que no es posible escapar del casino con la plata ganada ni eludir la cita segura con la muerte al amanecer o incluso antes, solo tiene sentido correr los riesgos más excitantes, redoblar la apuesta, jugárselo todo, vivir la noche en el casino con la certeza de que será la única noche fragorosa en ese antro de mala muerte, y con la certeza adicional de que aun ganando siempre, nada de lo que ganes podrás llevártelo cuando despunte el sol y te avienten a la calle sin misericordia. Esos benditos intrépidos, los que más arriesgan, los que pierden todo o ganan todo y siguen jugando espoleados por la ilusión de ganar siempre, parecerían ser los que más se divierten, y no necesariamente porque sean más inteligentes que los otros, esos que miran o que a duras penas corren riesgos menores, sino porque da la impresión de que son más audaces, de que saben o intuyen que al terminar la noche en el casino no quedará nada sino el olvido y por tanto deciden que esa noche en el casino será una de veras memorable, y entonces corren los riesgos más altos, y ganan en grande o pierden en grande pero no se quedan con la sensación apática, apocada, pusilánime, del que mira y no se anima a jugar.

Terminada la noche, unos extenuados por jugárselo todo, otros aburridos por contemplar el juego ajeno, suena la alarma y los que estamos hacinados en el casino somos empujados con aspereza hacia afuera. Fuera del casino, ya se sabe, no hay vida: lo que eras en el casino desaparece de inmediato, lo que ganaste o perdiste queda en el casino. La noche siguiente otra gente jugará y ganará o perderá o no jugará y se excitará con los triunfos y las derrotas de los otros, y al final, como siempre, todos perderán, la casa se quedará con todo, porque la casa, está dicho, siempre gana, y el que juega, aun ganando siempre, termina perdiéndolo todo.


Sé que está por amanecer, que me quedan un par de horas más en el casino. Soy de los que han nacido para subir la apuesta, elevar el riesgo, jugarse los cojones en cada ronda. No he nacido para mirar el juego de los otros. He nacido para jugar y para que otros miren la insolencia o la desfachatez con la que me abandono a jugar, una insolencia que no proviene del coraje, claro está, sino del recuerdo de que en pocas horas el casino habrá cerrado sus puertas y todos seremos la nada misma, o yo seré la nada misma y ustedes seguirán jugando unas horas más.


Escrito por Jaime Bayly.

Última edición por Heineken; 16-feb-2012 a las 17:36.
 
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Que interesante reflexión sobre la vida,gracias por compartirlo.
 
Antiguo 16-feb-2012  

Me encantan este tipo de reflexiones, de comparaciones o de historias, como preferais llamarlo xd me lo copiare¡
 
Antiguo 16-feb-2012  

me encanta la reflexión, gracias por los espacios, todo un detalle.

Última edición por Lacan; 16-feb-2012 a las 20:52.
 
Antiguo 16-feb-2012  

La vida es un casino en el que estás obligado a jugar o mueres. Y nuestro problema es que no queremos jugar pero tampoco morir.
 
Antiguo 16-feb-2012  

Q grosssso!!!

Muy muy elaborado... no dejando nada al azar, todo tema y aspecto atendido...

Muy bueno


Saludos!
 
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No me ha gustado nada. La vida no es ningún casino.
 
Antiguo 16-feb-2012  



Todos al suelo, !Que salga el dueño del casino que lo dejo frito!
 
Antiguo 16-feb-2012  

Cita:
Iniciado por NoSomosNadie Ver Mensaje
No me ha gustado nada. La vida no es ningún casino.
No, es cansina
 
Antiguo 16-feb-2012  

Cita:
Iniciado por NoSomosNadie Ver Mensaje
No me ha gustado nada. La vida no es ningún casino.
Una observación bastante perspicaz mi querido amigo, tienes un sentido analítico verdaderamente magnífico . ¿Te has planteado la idea de trabajar como crítico literario? Conozco un par de revistas pornográficas que agradecerían tener un tipo tan talentoso como tú que les ayudara a corregir sus enrevesados artículos.

Última edición por Heineken; 16-feb-2012 a las 22:59.
 
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