Es un sentimiento de fealdad que lleva a quienes lo sufren a creer que, pese a lo que dicen los demás, su aspecto no está dentro de los límites de la normalidad.
Quienes lo sufren son, por lo general,
personas perfeccionistas, aisladas y depresivas.
En las escasas veces en que entran en contacto con otras personas, padecen intensos síntomas de ansiedad social.
Sus ideas sobrevaloradas, que presentan una intensidad menor que las delirantes, son como aquellas que están presentes en la anorexia, la hipocondría, y el TOC.
La padece mucha gente joven. Se asocia con un trastorno depresivo. Se tiene un miedo intenso a percibir el propio cuerpo y que los demás lo perciban, sobre todo a las partes descubiertas de éste. Es una fobia estética.
El temor de ser feo, de tener una particularidad morfológica que pueda resultar desagradable a los demás...
Las visiones que los otros tienen de mí puedo no aceptarlas pero no puedo ignorarlas. Y
una intensa frustración surge cuando uno comienza a poner en duda la propia capacidad de significar "algo para alguien". Según Lacan, los intercambios
TEMPRANOS con los otros estructuran o fragilizan la integridad y la autoestima; así, se puede apreciar la calidad de la imagen corporal diseñada con más o menos felicidad por la mirada parental.
Joyce Mac Dougall, retomando el mito de Narciso, insiste en
la importancia de la mirada materna. Narciso mira en el estanque "un objeto perdido que no es él mismo, sino una mirada... que habla... y que todo niño busca ávidamente en las caricias maternas... un reflejo destinado a reenviarle
no solamente su imagen especular sino también esto que él representa para su madre". Esta mirada maternal puede estar ausente o muda o no reflejar nada, o aún no buscar sino su propio reflejo, dando lugar a una imagen narcisista totalmente huidiza y oscilante, y a
una identidad totalmente precaria. A partir de los intercambios afectivos en los primeros momentos de la vida, las experiencias, las palabras, los recuerdos devienen en la memoria inconsciente de nuestra vida intersubjetiva y en el soporte de la integridad personal.
La importancia emocional de la "apariencia" se sigue de estos vínculos primarios con las figuras parentales y más tarde de las presiones culturales asociadas con las expectativas individuales. La fascinación por la apariencia comienza a los seis meses, y es más pronunciada y activamente buscada por los bebés cuando el investimento materno ha sido pobre. Por eso, siendo adultos expresan un intenso anhelo por ser aceptados y aprobados por los otros. Como estas necesidades no fueron satisfechas, buscan el reaseguro en sus propias reflexiones especulares, ya que no las encontraron antes.
La demanda de reparación corporal aparece entonces como una tentativa de resolver la cuestión de la identidad, que está en el centro de toda crisis, pero esta tentativa puede ser desesperada e inadaptada si se concreta ipso facto en un gesto quirúrgico, ya que este acting refuerza la vertiente regresiva y destructora que comporta una crisis no superada. Esto explica ciertos estados depresivos, ciertas tentativas de suicidio o descompensación delirante después de la cirugía estética.
Por el contrario, si se toma el tiempo de ayudar al paciente a desenredar la madeja del conflicto, y este plazo es fundamental,
la intervención podrá contribuir a un proceso de integración y búsqueda de identidad. Puede entonces realizarse el proyecto de una nueva vida, en un mejor conocimiento y aceptación de sí mismo, lo cual representa una de las terminaciones más positivas de la crisis.
Todo esto describe a la
dismorfofobia (o
Trastorno Dismórfico Corporal, TDC), y lamentablemente creo me describe también muy bien a mí...
Pues si mi
depresión es en gran parte consecuencia de la
evitación de la que recién ahora comienzo de a poco a escapar, ésta ha sido a su vez en gran medida fruto de cuánto me repugno a mí mismo, de este sentirme siempre tan
indigno, algo de lo que aún no tengo idea cómo librarme, y que siento me sofoca cada vez más...